lunes, 29 de marzo de 2010

Me acuerdo: ataques de asma

Me acuerdo de los ataques de asma que siempre te asaltan de madrugada, de hecho me siguen asaltando de vez en cuando, pero ahora los vivo como un adulto racional y entonces los vivía como un niño para quien el mundo aún no ha dejado de ser mágico, y me acuerdo del terror que entonces me provocaba esa opresión sobre el pecho cada vez que intentaba respirar, como si se me hubiera sentado encima una de las criuaturas de pesadilla de Fusseli, y me acuerdo de los monstruos neblinosos de grandes ojos fosforescentes que parecían flotar a mi alrededor en la silenciosa oscuridad rebullente de fosfenos,

lunes, 15 de marzo de 2010

Un señor de Valladolid que caza

Para un adolescente de la España de la movida que empezaba a interesarse por la literatura, los únicos escritores en español que valían la pena eran los latinoamericanos (mejor si eran argentinos, en especial los de la BBC: Borges, Bioy y Cortázar). De los españoles de España sólo se salvaban algunos catalanes de Barcelona (la triple M: Montalbán, Marsé y Mendoza) por urbanos, cosmopolitas, gauchedivinistas y conectados con la cultura pop;  y algún poeta decadente o escabroso del tipo Gil de Biedma o Leopoldo María Panero. Los escritores que se exiliaron cuando la Guerra Civil eran unos desconocidos, y los que militaron en el bando ganador provocaban más rechazo que otra cosa. De entre ellos, quizá suscitaba alguna atención Camilo José Cela por la gracia que hacían los tacos que soltaba, y por sus coqueteos  con la literatura experimental; pero esa España cerril y cateta de sotanas y caspa, botijo y moscas que queríamos enterrar  bajo kilos de canciones de Nacha Pop y películas de Pedro Almodóvar la teníamos demasiado asociada con la boina de Pío Baroja o Josep Pla, el rictus de cacique gallego de Torrente Ballester,  los himnos falangistas de Dionisio Ridruejo y con el resto de los escritores de la generación del 36, que las lecturas obligatorias en clase de literatura en el colegio asociaban a una prosa redicha, sermoneante y campanuda,  de un realismo casposo y pueblerino. En ese saco entraba Miguel Delibes, aquel señor que se dedicaba a cazar perdices en los cotos de los alrededores de Valladolid, pequeña capital de la España profunda de la que se negaba a salir ni que le matasen.

viernes, 12 de marzo de 2010

Presentación "El sonido de la noche"

(haz clic sobre la imagen para ampliarla)

martes, 9 de marzo de 2010

La gran esperanza negra

Durante una recepción en la Casa Blanca, una dama de la alta sociedad washingtoniana comprobó, es de suponer que con desagrado, que se había sentado a su lado un viejo negro de pelo largo y arete en la oreja, vestido con unos pantalones de cuero, una chaqueta con un dragón multicolor bordado en la espalda y unas ostentosas gafas de chuloputas (pimp, en inglés). La distinguida dama se dirigió al anciano extravagante y le preguntó: “¿usted qué ha hecho de importancia para ser invitado?”. El anciano, que se llamaba Miles y se apellidaba Davis, la miró con la aristocrática arrogancia con que se manejaba por el mundo, y le respondió: “He cambiado la historia de la música cuatro o cinco veces. Y usted, ¿qué ha hecho de importancia para ser invitada, aparte de ser blanca?”.