jueves, 26 de mayo de 2011

Yo y mi doble

Un día descubrí que había alguien con el mismo nombre y el mismo apellido que yo, que vivía en el mismo barrio de la misma ciudad que yo, que como yo era periodista de profesión, escribía novelas como yo y tenía un blog en blogger como yo, pero no era yo.  No, seguro que no era yo, en su blog había una foto y el tipo que allí salía, aunque lleve el pelo corto y la camisa negra, como yo suelo, no se parecía en nada al tipo que suelo ver por las mañanas en el espejo del lavabo. El del espejo era mucho más guapo, a dónde vas a parar.
Aunque quizá las mayores diferencias entre nosotros sean las espirituales. Pues ese otro Xavier Borràs residente en el barrio de Gracia de Barcelona, periodista, novelista y bloguero aficionado a vestir camisa oscura, es un hombre de fe. La suya, no hay más que leer su blog, es la del nacionalismo catalán independentista. Yo, en cambio, en eso de la fe soy un escéptico irredimible, tanto si se trata de fe religiosa, nacionalista, futbolera o la de los maqueros. Yo soy de los de ni Dios, ni Patria, ni Barça, ni Steve Jobs. Lo cual no quiere decir que no respete a la gente de fe: en esta vida ha de haber gente pa tó, que diría un filósofo con boina. Hay otras diferencias más anecdóticas, aunque en cierto modo conectadas: él escribe en catalán, yo en castellano. Claro que él podría escribir en castellano también, pero sospecho que no contempla esa opción, por coherencia ideológica. Yo podría escribir también en catalán, pero… pero nada, lo he hecho en alguna ocasión. Yo no tengo ideologizado el idioma, y en todo caso lo de la coherencia ideológica me importa un bledo. Y si yo sospecho de la autenticidad del supuesto progresismo izquierdista de mi otro yo que no soy yo, por venir de una postura que yo califícaría de ser, en el fondo, tan reaccionaria y, en el fondo, tan pequeñoburguesa como el nacionalismo que él postula, él quizá sospeche de la autenticidad de mi supuesto progresismo izquierdista por  venir de una postura que él calificaría de ser, en el fondo, tan diletante y, en el fondo, tan españolista como el cosmopolitismo del que me vanaglorio. Pero, ay, todos acarreamos nuestras contradicciones. Es más: nuestras contradicciones nos definen. Somos nuestras contradicciones.
Nunca he conocido en persona a ese otro yo que no soy yo, pero eso no quiere decir que nuestros caminos no se hayan cruzado: su presencia, o cuando menos su existencia, ha tenido cierta influencia en la mía. Una vez me llamaron por teléfono de la hemeroteca del Colegio de Periodistas para solicitarme los últimos números de la revista de la que yo era redactor jefe; yo era, efectivamente, redactor jefe de una revista, pero no de la que me pedían: de ésa era redactor jefe mi otro yo. Con él me confundieron tras publicar mi primer relato de ficción en una revista literaria, y él es el involuntario responsable de que no firme mis escritos como Xavier Borràs, sino como Xavier B. Fernández,  un nombre que empezó siendo un seudónimo y, como todos los seudónimos, tiene algo de ectoplasma; pero a lo largo de los años y los escritos ha ido adquiriendo forma material concreta hasta  hacerse carne, adquiriendo una extraña personalidad propia que, según y cómo, es más yo que yo mismo; hasta el punto de que para mucha gente y en muchos países yo no soy, y nunca he sido (y probablemente ya nunca seré) Mister Borràs, sino Mister Fernández. Xavier B. Fernández es más yo, no llamándose como yo, que ese tal Xavier Borràs que se llama como yo pero ya no soy yo.
A pesar de todo eso, o quizá a causa de, a veces leo a Xavier Borràs, sintiendo el vértigo de leer a quien podría ser yo pero en quien no me reconozco. Y me asombro de que en su blog no aparezca ni una sola palabra ni sobre los indignados de Plaza del Sol ni sobre la spanish revolution, cuando para mí ha sido, y sigue siendo, el gran tema de estos días. Y me asombro de la vehemente importancia que se le da, en su lugar, a la protesta juvenil de cuatro gatos kumbayá de sesgo nacionalista que se manifestaron en una placita de su, mi, nuestro barrio por el cierre de un casal de joves. Cuestión de perspectiva, supongo. Los baremos de importancia se establecen desde la subjetividad más absoluta, y quién soy yo para decir  que las protestas de los indignados de Madrid contra el sistema son de mayor alcance mental y material que las protestas de esos otros indignados del barrio de Gracia contra el hogar del kumbayá; y quién es ese otro yo que no soy yo para decir que las protestas de esos jóvenes airados de Gracia reclamando su casal son más importantes que las de esos chicos de la para él muy lejana ciudad de Madrid reclamando democracia real y justicia económica.
Y me pregunto si  mi existencia ha tenido alguna influencia en la suya: si alguna vez alguien le pidió que le dedicara una de mis novelas (es poco probable, porque como ya he dicho no las firmo con mi, su, nuestro nombre); si alguna vez le han reclamado que pagara una de mis multas de aparcamiento; y me pregunto si él siente al leerme, si es que me lee, el  mismo extrañamiento que siento yo al leerle a él; ese vértigo de asomarse al abismo de la mente de otro él que no es él pero podría haber sido él.

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