Los viejos rockeros nunca mueren, pero envejecen
Suelo pasarme por la acampada de Plaza Cataluña siempre que estoy por los alrededores. A veces coincido con la hora de la cacerolada, y a veces coincido con la celebración de una asamblea. Entonces hago sonar las llaves, a falta de cacerola, o me quedo escuchando un rato las ponencias, no sin sentir en el cogote el pinchazo de cierta molesta sensación de intrusismo, porque siento que, en el fondo, esta revolución no es la mía, aunque sus principios sí lo sean; pero, parafraseando a Gil de Biedma, la verdad desagradable asoma, ya no volveré a ser joven, y la revolución es cosa de jóvenes. Yo ya tuve mi tiempo para la revolución, este tiempo ya no es mi tiempo, es el tiempo de otros, y también su turno de intentar la revolución. Espero que ellos sí la consigan. Yo, desde un lado, con los otros viejos, estaré jaleándoles: ánimo, chicos, que vosotros valéis. Que es lo que me toca ahora.