Recientemente la Patronal CEOE ha propuesto, como medida para paliar el desempleo rampante que sufrimos, y que ya supera holgadamente el 25% de la población activa, contratos para jóvenes por sólo el salario mínimo (que para 2013 el gobierno ha aumentado a 645,30 euros mensuales) y sin indemnización por despido o final de contrato. Esta propuesta ha generado muchas críticas, algunas notoriamente desabridas. Algunos han llegado a afirmar que con estas medidas (que se suman a las ya existentes, y que dejan al criterio del patrono cuestiones esenciales, como por ejemplo el incremento o no de la jornada laboral) las condiciones del trabajador asalariado se aproximan a la esclavitud. No puedo estar más en desacuerdo: las condiciones del esclavo, al menos tal como estaban especificadas en el derecho romano (y perfeccionadas por el emperador Marco Aurelio), eran notablemente mejores que las del trabajador asalariado moderno. Hasta tal punto, que me atrevo a proponer el retorno al sistema esclavista como solución al grave problema de desempleo y exclusión social que padecemos.
¿Qué ventajas tiene ser esclavo sobre ser trabajador asalariado? Pues, tal y como está la cosa para los trabajadores asalariados hoy en día, bastantes: para empezar, el esclavo no tiene por qué preocuparse por su manutención ni su alojamiento, pues el propietario de esclavos venía obligado, por ley, a procurarle una y otro. Mientras que la responsabilidad de procurar manutención y alojamiento al trabajador asalariado recae únicamente en él mismo, no pudiendo exigirle a ese respecto ninguna responsabilidad a su empleador, quien sólo está obligado a darle una contraprestación monetaria por su trabajo, cuyo monto no es necesario que cubra, como mínimo, las necesidades de subsistencia del trabajador (aunque Marx haya dicho lo contrario) por las necesidades de subsistencia del trabajador, sino sólo por la rentabilidad del mismo (como muy bien estableció Milton Friedman). En el caso de que el empresario no pueda rentabilizar el trabajo de su empleado, puede prescindir de él, quedando éste a su suerte en cuanto a procurarse la subsistencia. Por el contrario, el amo de esclavos viene obligado a mantenerlos, le rindan o no. La única forma que tiene de liberarse de esa carga es vendiendo el esclavo a otro amo, quien se verá a partir de entonces en la obligación de mantener a su esclavo. El esclavo, pues, tiene la vida asegurada, mientras que el trabajador libre no.
Las leyes romanas, y asimismo las leyes en los estados esclavistas de Estados Unidos antes de la guerra civil, establecían la obligación del propietario de hacerse cargo de los esclavos de su propiedad demasiado viejos o enfermos para trabajar, no pudiendo en ningún caso sacrificarlos ni abandonarlos, lo cual, por razones de salud y orden público antes que humanitarias, estaba tan prohibido como abandonar animales domésticos. El esclavo tiene, pues, la vejez y la enfermedad cubiertas, mientras que el trabajador libre no. El emperador Marco Aurelio, conocido por su sentido humanitario (mayor sin duda que el de Milton Friedman) endureció las obligaciones de los amos para con sus esclavos, y entre otras medidas prohibió el maltrato físico y regularizó las condiciones en las que el esclavo podía reclamar su libertad de vuelta, si ése era su deseo.
Además, uno podía liberarse de sus deudas vendiéndose, o vendiendo a miembros de su familia, como esclavos. Esta medida tenía la ventaja que, por muy endeudado que estuvieras, al convertirte en esclavo pasabas a tener, como ya hemos visto, tu subsistencia garantizada, una ventaja con la que no cuentan muchos ciudadanos libres, que ya quisieran poder acceder a la posibilidad de venderse ellos mismos al banco para satisfacer sus deudas, deudas que les obligan por más que se hayan visto reducidos a la situación de tener que dormir en la calle y buscar la comida en los cubos de basura de los restaurantes: una humillación que nunca sufriría un esclavo.
Por todo ello, propongo el retorno al sistema esclavista, y animo a los sindicatos y otras organizaciones en defensa de los trabajadores que defiendan esta propuesta. Por cuanto, una vez analizados fríamente los pros y los contras, sin duda la mayoría de los trabajadores preferirían esa opción. Les ofrece muchas más ventajas que el sistema actual. Y que el sistema por venir, no digamos.
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