lunes, 11 de marzo de 2013

A vueltas con Hugo Chávez

gallego y reyMis amigos venezolanos, que los tengo, suelen mostrarse, o razonablemente antichavistas, o razonablemente críticos con Chávez. Mis amigos, venezolanos o no, suelen ser gente sensata (a pesar de querer ser amigos míos), y tiendo a confiar en su criterio. Muy probablemente, de ser yo venezolano, sería tan antichavista o tan crítico con el chavismo como lo son ellos. En todo caso, tengo claro que Hugo Chávez no es la clase de dirigente político al que confiaría mi voto, por muy socialista que sea o diga ser. Hay demasiadas cosas de su hacer como político que no me gustan (aunque siempre he creído que como showman no tenía rival), empezando por esa poco democrática tendencia a tratar de silenciar los medios de comunicación críticos para con su hacer o su persona.
Pero…
Tampoco comparto el desaforado linchamiento retórico a que lo ha sometido la prensa española de la caverna mediática. No es que sea partidario de la hipócrita costumbre de escribir el panegírico del difunto sólo porque acaba de acceder a la condición de difunto, pero entre una cosa y la otra hay un ponderado término medio, que no se encuentra en calificarlo de “payaso siniestro” o, sobre todo (esto ha sido lo más frecuente) de tirano o dictador (con o sin los apellidos “bananero” o “totalitario”). Y eso lo dice la prensa de un país cuyo jefe del estado no ha sido elegido en ningún plebiscito popular, sino colocado a dedo por un dictador de los de verdad, en función a criterios de linaje. Hay que recordar que Chávez, con todas sus zonas de sombra, ha sido un jefe de estado electo, repetidamente, en plebiscitos efectuados con todas las garantías democráticas, o eso han dicho siempre los observadores internacionales. Y, sin duda, se le pueden echar en cara actuaciones de talante escasamente democrático, tales como tratar de hacerse una legislación a medida y tratar de silenciar, con diversas artimañas, a la prensa desafecta. Cosas ambas que también he visto hacer, con todo desparpajo, al muy democrático gobierno de la muy democrática España.
Claro que Chávez defendía un modelo socialpopulista que la derecha (y buena parte de la izquierda; ahí me incluyo) consideran, en el mejor de los casos, trasnochado. Pero no creo que la animadversión que le muestra la prensa de la caverna sea sólo una cuestión de diferencias ideológicas: también se advierte un irritante tufillo a sentimiento de superioridad de nosotros, los serios europeos sobre ellos, los pintorescos sudacas, con sus pintorescas costumbres y sus pintorescas actitudes, que tal parecen sacados de una novela de García Márquez. Y se habla con mucha displicencia de la tendencia al mesianismo y la escasa tradición democrática del subcontinente sur americano, como si en España tuviéramos tanta, con una historia plagada de reyes absolutistas, dictadores totalitarios y apenas cuarenta años de democracia estable juntando todos los fragmentos. Y se habla con mucha displicencia de su tendencia al caciquismo y a la corrupción, precisamente en el país donde se lleva ante los tribunales un extenso caso de corrupción política y empresarial y el único condenado es el juez. Por no hablar de Bárcenas y su sorprendente chantaje al gobierno de la nación. Y se echan muchas risas con las esperpénticas imágenes que la televisión ofrece sobre los funerales, con toda esa gente desfilando para llorar ante el féretro, imágenes que son un calco asombrosamente exacto de las que se dieron durante los funerales del general Franco. Y se echan muchas risas sobre el ridículo proyecto de embalsamarlo para tenerlo en exposición en un museo, como a Lenin. Es que esos sudacas no son serios. No como nosotros, que tenemos la tumba de nuestro último dictador en exposición en el faraónico mausoleo que se construyó él mismo usando como mano de obra prisioneros políticos condenados a trabajos forzados.
Habrá quien objete que esta comparación entre Chávez y Franco es injusta y fuera de lugar. Y tendrá razón, es muy injusta. Sobre todo para Chávez, quien, al contrario que Franco, fue un dirigente electo que, mal que bien, respetaba las reglas del juego político democrático y, al contrario que Franco, no ha dejado un reguero de muertos a sus espaldas. Y aunque el pedigrí de Chávez como demócrata tenga algunas zonas de sombra, no es precisamente la caverna mediática española, buena parte de ella proveniente de un vergonzante pasado franquista, la que está en mejor posición para echárselo en cara. Ni para darse esos aires de superioridad y seriedad europea ante la farándula sudaca.

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