En Las uvas de la ira, que pasa por ser la novela definitiva sobre la recesión de los años 30 en Estados Unidos, John Steinbeck utilizó como metáfora el viaje. El que emprendían, entre Oklahoma y California, las víctimas de la recesión, personificados en la familia Joad, campesinos arruinados y proletarizados, buscando a la desesperada una forma de sobreponerse a la miseria que los ahoga. En En la orilla, que algunos han saludado como la novela definitiva sobre la recesión del primer cuarto del siglo XXI en España (sí, del primer cuarto de siglo: llamadme agorero, llamadme exagerado, y rezad porque no se convierta en la recesión de la primera mitad del siglo XXI), Rafael Chirbes utiliza como metáfora un pantano. Los españoles que Chirbes retrata a través de Esteban, el carpintero que se soñó próspero inversor y se despertó en la miseria, no se lanzan a buscar un nuevo horizonte en el que sobreponerse, sino que se quedan donde estaban, hundiéndose en el pantano de su propia mierda, la que han ido acumulando desde hace mucho, mucho tiempo. Como metáfora de la situación española, no puede ser más adecuada.
Mientras el bracero Tom Joad, como los héroes clásicos ( tal que Ulises, tal que Lancelot) se trasciende a sí mismo perfeccionándose mediante la experiencia de la ordalía y el aprendizaje que la quest le proporcionan, el carpintero Esteban, el hombre sin atributos, desclasado y desideologizado (a pesar, o quizá a causa de, ser hijo de un comunista represaliado por el franquismo) permanece empantanado donde siempre ha estado, recordando con amargura y sin iniciativa la pérdida de sus atributos, algo que es, sobre todo, culpa suya. y mientras la visera de la gorra de Tom se va ajando y sus botas nuevas color mostaza van perdiendo lustre y color (la gorra y las botas nuevas que le dieron al salir de la cárcel, con las que se presenta, cual neonato, al lector al inicio de la novela), Tom va creciendo, madurando y convirtiéndose en un icono de la lucha por la justicia social y la dignidad proletaria: “estaré en todas partes. Dondequiera que mires. Dondequiera que gente hambrienta se alce y luche para que todos puedan comer, yo estaré allí. Dondequiera que un hombre sea golpeado por la policía, yo estaré allí (…) estaré en la forma en que los hombres gritan de rabia, y estaré en la forma en que los niños ríen cuando tienen hambre pero saben que la cena está lista. Y cuando nuestra gente coma de lo que ellos mismos cultiven y vivan en las casas que ellos mismos hayan construido, yo estaré allí”. Esteban, en cambio, ni crece ni madura: nació podrido. O, en todo caso, se dejó pudrir al poco de nacer.
La novela de Chirbes tiene una prosa que absorbe y arrastra, fanáticamente realista; una prosa que, como le reprochan algunos de sus detractores, huele a establo (yo creo que, al menos en su caso, eso es, más bien, una virtud), una gran profundidad psicológica en el retrato de sus personajes y una gran profundidad sociológica en el retrato de sus interrelaciones. Pero le faltan épica y esperanza, algo que en cambio le luce mucho a la novela de Steinbeck. Aunque quizá la novela de Chirbes no tenga más remedio que ser así. Porque América tiene épica y espacio para el optimismo. Mientras que España tiene… un pantano lleno de podredumbre en el que se va hundiendo sin remedio.
Con todo, no creo que, como se dice, En la orilla sea la novela definitiva sobre la recesión en España. Y no lo es, un poco, porque le falta épica, y otro poco, porque se queda corta. Aunque no le echaría la culpa al autor de ninguna de las dos carencias: más bien creo que, a pesar de que su retrato de la crisis y la mayoría de sus diversos aspectos es encomiable, se quede corto, eso tiene más que ver con que la crisis ha crecido y se ha ramificado en abundantes metástasis —como un tumor maligno, en efecto— y ha ganado, a pesar de todo y de que estemos en España y sean uno y lo mismo los memos de tus amantes y el bestia de tu marido, algo de épica desde que la novela entró en imprenta. A la recesión y sus consecuencias les queda aún mucho recorrido, y la novela definitiva que le de forma literaria aún no se ha escrito… del todo. Aunque, en efecto, la está escribiendo Rafael Chirbes. Es una novela que consta de un primer acto de antecedentes, llamado Crematorio, un segundo acto de clímax llamado En la orilla y en algún momento, cuando lleguemos al final del túnel y nos encontremos con lo que sea (la luz, una fosa séptica o la luz de un camión que viene de frente a aplastarnos), auguro que Chirbes sentirá la necesidad de escribir el tercer acto, el del desenlace. Entonces sí, entonces probablemente tendremos la novela definitiva sobre nuestra recesión. Entonces tendremos Las uvas de la ira española.
Por cierto, qué títulos tan atractivos y sugerentes ponía Steinbeck (Las uvas de la ira, Al este del Edén) y qué títulos tan feos y sosos (Crematorio, En la orilla) pone Chirbes. Es muy buen escritor para casi todo, menos para titular; para eso es un negado. A ver si alguien le echa una manita para que la gran novela sobre la recesión española, cuando esté acabada, tiene un título a su altura.
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