"Nuestros mejores autores de novela negra son muchas veces los narradores más astutos de nuestra realidad social", escribió el crítico literario de The New York Times, a propósito del que será, ya para siempre, el último libro de Elmore Leonard: Raylan, que muy adecuadamente, dada su condición testamentaria, es una mezcla de novela negra y western, los dos géneros en los que Leonard ejerció su magisterio absoluto e indiscutido. Lleva razón el New York Times: Leonard, por ser uno de los grandes de la novela negra, también fue uno de los narradores más astutos de la realidad social de su país y de su tiempo. Producía una prosa tan sólida, dura y contundente que, más que redactarla, la esculpía. Discípulo confeso, y hasta aventajado, de Steinbeck y de Hemingway, era un maestro en la elaboración de atmósferas morales pintadas con infinitos tonos de gris y en la creación de personajes ambiguos, memorables y complejos. Pero sobre todo, era un maestro en la escritura de diálogos. Escribía unos diálogos tan afilados que podías cortarte leyéndolos. Pero siempre era un placer leerlos, siempre era un placer leerle. Y ahora ya no podremos sino reelerle, porque Elmore Leonard murió hoy, de un fallo cardíaco que ha puesto punto final a su prolífica producción (casi cincuenta novelas). También escribió una lista de diez reglas para escribir ficción que todos los escritores de ficción deberían tener grabadas en tablas de piedra en un lugar preferente de su lugar de trabajo. Fue uno de los grandes, y todos los que alguna vez hemos escrito alguna novela negra estamos en deuda con él. Yo aquí reconozco la mía, que es muy grande.
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