A veces… bueno, no, casi siempre: ante la avalancha apabullante de
la actualidad, es bueno apagar la tele, o cerrar el buscador de noticias de
Google, o lo que sea que use uno para picarse actualidad en vena a chorro
continuo, y permitirse un poco de tiempo muerto para dedicarlo a la reflexión,
a tomar perspectiva, a observar el conjunto en vez de estar constantemente
pendiente de los constantemente cambiantes detalles. Para eso va muy bien sentarse
en un sofá cómodo, servirse una copa y leer con tranquilidad a alguno de los
pensadores que haya dedicado tiempo, neuronas y tinta a reflexionar sobre el
problema que de tan rabiosa actualidad se nos antoja. Descubriremos así que, en
el fondo, no es tan de rabiosa actualidad, siempre ha estado ahí.
En el mundo contemporáneo estalla, cual epidemia
de coronavirus (iba a usar la metáfora del cáncer y las metástasis, pero
alguien se me iba a enfadar) el fenómeno del nacionalismo: nacionalismo es el America
First que ha encumbrado a Donald Trump; nacionalismo es lo que alimenta el
crecimiento imparable de Matteo Salvini en Italia, las constantes victorias
electorales de Viktor Orbán en Hungría y el ascenso de VOX, de la nada a
tercera fuerza parlamentaria, en España; el nacionalismo ha convertido a la
Agrupación Nacional (revelador nombre) de Marine Le Pen en el primer partido de
Francia en intención de voto; y el nacionalismo es lo que ha embarcado al Reino Unido en la incierta
aventura del Brexit. Nacionalismo es, en suma, el cáncer con metástasis (ahora
sí uso la metáfora del cáncer, y al que le pique que se rasque) que está
comiéndose desde dentro la Unión Europea, ese malogrado sueño de paneuropeísmo
supranacional. Y en Cataluña… ah, Cataluña, con su desgobierno endémico, su sociedad
enfrentada, su economía comprometida y sus instituciones en entredicho, cuando
no en franco desprestigio. Qué os voy a contar de Cataluña.
Os propongo que cerréis unas horas el noticiario y
leáis Sobre el nacionalismo, de
Isaiah Berlin, un volumen que recopila los ensayos sobre el tema del ilustre
politólogo y pensador liberal (liberal en lo político y ético; no uno de esos
liberales que remiten toda libertad a lo económico) escribió entre los años 50
y 70 del siglo pasado y que, muy oportunamente, ha publicado en España la
editorial Página Indómita. Descubriréis que el problema no es nuevo. Que esta fe secular generada por la necesidad de llenar el vacío
creado por el declive de la religión, y que, durante siglos, los
liberales pensaron que era una especie de apego irracional que se debilitaría a
medida que las personas se volviesen más racionales y cosmopolitas y estuviesen
más conectadas. lleva muchos años dando por el saco y, lejos de desaparecer, se ha enquistado
tozudamente, hasta el punto de haberse convertido, sin duda, en la
más poderosa y quizás la más destructiva fuerza de nuestro tiempo. Si existe el
peligro de aniquilación total de la humanidad, lo más probable es que dicha aniquilación
provenga de un estallido irracional de odio contra un enemigo u opresor de la
nación real o imaginaria.
Berlin localiza el origen del nacionalismo moderno en
Alemania, como reacción al universalismo cosmopolita de la Revolución Francesa
(libertad, igualdad, fraternidad; no solo de los franceses, ni de los europeos,
ni de los cristianos, ni de los blancos, sino de todos) que los ejércitos del
invasor Napoleón les impusieron a trágala perro, pinchado en la punta de sus
bayonetas. Tiempo después, el nacionalismo alemán alumbró el nazismo, y fue la
clave de su fulgurante éxito; el marxismo, originalmente universalista y
cosmopolita, adquirió inusitada fuerza cuanto, bajo Stalin primero y bajo Mao
después, se volvió ferozmente nacionalista.
Berlin argumenta
cómo el nacionalismo desprecia lo racional y se apoya en lo emocional, lo que
le proporciona su extraordinaria fuerza; tal es esa, que ningún movimiento
que no se haya aliado con el nacionalismo ha tenido éxito en los tiempos
modernos. Todos los movimientos que han desafiado al nacionalismo han sido
derrotados inmediatamente o bien se han visto muy debilitados por la
resistencia que han encontrado. Sin embargo, conseguir que la humanidad lo
supere por fin no es una esperanza vana. Pues Berlin, a pesar de
todo, es optimista: Quizás la humanidad viva lo suficiente para ver el día
en que el nacionalismo parezca absurdo y remoto, pero para ello deberemos
entenderlo y no subestimarlo; y es que aquello que no es comprendido no puede
ser controlado; domina a los hombres en lugar de ser dominado por ellos. Para
entenderlo un poco mejor es altamente recomendable la lectura de este breve
volumen (tiene menos de ciento cincuenta páginas), fácil de leer, pero altamente
nutritivo para las neuronas. Y después, podéis volver a encender la tele, o a
pinchar la página de noticias de Google. Descubriréis que la actualidad sigue
estando ahí, más o menos igual que como la dejasteis.
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