Durante la rebelión en la granja, allá en 1984 —hacía tanto tiempo que ni el chivo más viejo lo recordaba ya— el rebaño se había liberado de la tiranía del pastor. Cierto es que tras la rebelión el rebaño pasó un tiempo bajo la tiranía de los cerdos, esos animales tan parecidos a los humanos que habían acaudillado la revuelta, pero andando el tiempo habían logrado desembarazarse también de esa tiranía y hacía ya mucho tiempo que al pastor lo elegían en asamblea. Como pago a sus servicios se quedaba con parte de la lana que les trasquilaba, y a cambio las conducía a los pastos, recuperaba los corderos perdidos y vigilaba que los lobos no se acercaran demasiado. Bien es cierto que, a pesar del pastor, cuando había sequía los pastos escaseaban, algún que otro cordero se perdía y alguna que otra vez los lobos se hacían con una oveja vieja o despistada. Pero en general, el rebaño vivía cómodamente y con pocos sobresaltos.
—¿Y para qué necesitamos al pastor?—empezaron a protestar algunas ovejas gordas—Sólo sirve para gastar lana y leche en él ¿Por qué tenemos que aguantar que nos pastoree? Ya encontraremos cada una el camino, que para eso tenemos nariz.
—¿Y las que se pierden, quién las busca?—preguntó un viejo carnero.
—Que se busquen ellas. A ver si porque haya una despistada en el rebaño tenemos que estar dejándonos trasquilar las otras—respondió una oveja gorda.
—Tú te quejas tanto porque, como estás tan gorda, tienes que dar más lana y que las otras—dijo el carnero.
—Claro, y tú como eres carnero y no das leche ni casi lana, ya te está bien el arreglo ¡vives a costa de mi leche!—respondió la oveja gorda.
—Socialdemócrata, que eres un socialdemócrata. Y encima con cuernos—dijo otra oveja no tan gorda, pero muy aficionada a hacer la pelota a las gordas.
El discurso de las ovejas gordas fue calando en el rebaño. A ninguna le gustaba dejarse trasquilar. Así que en sucesivas asambleas fueron acordando reducir la cuota de lana del pastor, que en consecuencia cada vez cumplía menos atribuciones. Hasta que al final se marchó.
Entonces las ovejas gordas se abrieron la cremallera que ocultaba la lana de su barriga, se desprendieron de la piel y se revelaron como los lobos que eran. Y desde entonces, como no hay pastor, se quedan con toda la lana que les da la gana y se comen a cuanto cordero les apetece comerse.
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