El mago Félix (izquierda) y Leo Coyote (derecha) |
Las diferencias entre la presentación del libro de un escritor importante y la presentación del libro de uno que no lo es son, básicamente, que en la primera suele haber canapés, suele ir la tele, suele ir mucha gente que ni han leído nada del escritor en cuestión ni piensan hacerlo (pero como va la tele ellos también van, porque hay que ir) y no suelo ir yo, porque no me invitan. En la segunda, por el contrario, no va nunca la tele (como mucho algún becario de la redacción de cultura de un periódico gratuito, y aún gracias) no hay nunca canapés, porque la editorial es modesta y nos está para esos gastos, la gente que va sabe toda ella mucho de libros y de la obra del escritor en cuestión, y a mí me invitan a ir.
Ayer fui a la presentación de la nueva novela de Leo Coyote, porque me habían invitado. De lo que se deduce que Leo Coyote no es un escritor importante: lo confirma el hecho de que no estuviera la tele, de que no hubiera canapés y de que todos los asistentes se compraron el libro y parecían saber mucho de la obra de Leo. Más que asistentes a una presentación, parecían un club de fans (Leo es eso que se llama un escritor de culto, y luego explicaré qué es eso que se llama así).
Hoy Carlos Ruiz Zafón presentó su nueva novela, y fue la tele, pero yo no, porque no me habían invitado. Por lo que no puedo confirmar si había o no canapés, pero aún a falta de ese dato puedo afirmar que Carlos Ruiz Zafón es un escritor muy importante. Cómo no, si vende una media de un millón de ejemplares de cada edición. No sé, nadie puede saberlo, si todos esos ejemplares se los leerá alguien. He de suponer que sí, porque me encuentro con mucha gente que, en cuanto se enteran de que soy escritor, me preguntan: "¿Como Carlos Ruiz Zafón?" y yo me veo obligado a responder que no, que como él no, porque yo vendo muchísimo menos. Y entonces ellos se ponen a darme la vara con lo mucho que les gustó La sombra del ángel, o El juego del viento, o algo así, y que si el cementerio de los libros perdidos patatín y que si el cementerio de los libros perdidos patatán. Y yo tengo que confesar a regañadientes que nunca pasé de la cuarta página de La sombra del viento (se llama así, ¿no?); que tras tropezarme allí con “la luz que destilaba la claraboya” —por Dios bendito— dije que hasta aquí hemos llegado y cerré el libro, y la posibilidad de leer cualquier otra cosa escrita por la misma mano, para siempre.
Eso me recuerda que Raymond Chandler escribió una vez una crítica bastante acerba sobre Ross MacDonald, por haber descrito el óxido en la carrocería de un coche como “un acné de óxido”. Miedo me da imaginarme qué habría hecho el maestro Chandler con Carlos Ruiz Zafón si llega a encontrarse con lo de la luz destilada por una claraboya. Él que era tan amante de los destilados de verdad, en particular los de centeno.
Y ya basta de hablar de Carlos Ruiz Zafón, que no se lo merece, por no invitarme. Volvamos a Leo Coyote.
La novela se llama El año del terremoto, es breve y veloz como todas las de su autor y al parecer (aún no la he leído; pero ya caerá, ya) va de un tipo que va a la boda de su prima, en Galicia, y se encuentra con la Santa Compaña. Parece que también hay algún muerto de por medio (de los de verdad, no de los que desfilan en la Santa Compaña), así que la cosa navega entre la novela policíaca y el relato fantástico, con cierto tono alucinatorio y cierta socarronería muy típicamente gallega. La novela la ha publicado la editorial Alrevés, una de esas editoriales pequeñitas y casi francotiradoras donde se suelen cocer los grandes descubrimientos literarios (ellos descubrieron La tristeza del samurái, una de las sorpresas de la pasada temporada) y la presentación tuvo lugar en la sala de actos de la librería Casa del Libro de Rambla de Catalunya, en Barcelona. Y no había canapés. Sólo una mesa elevada donde se sentaban Leo Coyote, su editor y su amigo el mago Félix. El editor habló en primer lugar, y lloró un poco sobre lo difícil que es editar hoy en día en España. Nada nuevo, los editores son muy llorones y en España siempre ha sido muy difícil editar. Después habló el mago Félix, que era el encargado de presentar el libro en sí, y tampoco dijo nada nuevo: que si Leo Coyote escribe muy bien, que si sus novelas están muy bien documentadas y muy bien ambientadas, que si tiene un estilo directo y rápido, sin hojarasca y sin grasa superflua. Todas ellas cosas bien sabidas por los que leemos a Leo Coyote, que es uno de esos escritores a los que pocos leen, porque pocos le conocen; pero esos pocos (incluyendo los pocos críticos literarios que llegan a leerlo) se vuelven, inevitablemente, entusiastas de su obra; y esa es la exacta definición de lo que es un escritor de culto.
De hecho, y como entonces confesó él mismo, ni siquiera el mago Félix, amigo de Leo desde hace años, le había leído aún. Hasta que Leo le informó de que había escrito una nueva novela y le ofreció presentarla. “Ah, ¿pero tú escribes?” Dijo el mago que dijo. Luego leyó la novela, para saber de qué iba a tener que hablar en la presentación, y entonces dijo: “Coño, pues sí que escribe bien”. A nosotros nos dijo que “Leo escribe muy bien, y eso casi nadie lo sabe. Ni siquiera muchos de sus amigos” Porque no le leen, claro. Porque si le leyeran lo sabrían.
El último en hablar fue el propio Leo Coyote, quien básicamente explicó que todo lo que contaba en el libro, boda de prima, brujas y espectros incluidos, era verdad de la buena y le había pasado a él. Que en Galicia todo el mundo ha visto a la Santa Compaña, y él, como gallego de origen que es, no iba a ser una excepción. Y luego se puso a departir con la concurrencia, una concurrencia entregada que evidenciaba un profundo conocimiento, y entusiasmo, por su obra, por su lenguaje preciso y su ritmo endiablado, y por su estilo contundente y libre de toda grasa superflua. Y sin claraboyas que destilen nada: en las novelas de Leo Coyote los alambiques destilan y las claraboyas filtran, tamizan o dejan pasar la luz. Aunque no suele perder el tiempo describiendo la luz de la claraboya. Para qué, si lo que de verdad importa es lo que está pasando bajo ella.
Xavier, gracias por tu divertida columna. El humor y la ironía no deben perderse nunca, y menos cuando las claraboyas filtran.
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