Los garbanzos al cocerse—a fuego muy lento durante una hora, hasta convertirse en bolitas de mantequilla: la perfección hecha garbanzo—lo inundan todo con una niebla cálida y ligeramente aromática; un aroma que pronto debe competir con el mucho más contundente, mucho más suculento perfume de los pimientos escalivándose en sus propios jugos dentro del horno. El bacalao ha estado en remojo, desalándose, durante toda la noche, pero aún conserva ese punto fuerte a salitre marina que es su virtud. El aceite es de oliva virgen, las aceitunas negras son de Aragón, y los pimientos del piquillo asados a la leña son lo único no hecho en casa, pero nadie es perfecto, aunque esta conserva en tarro de cristal casi lo es.
Que no, que yo no quiero ir al cielo, que ese sitio es muy aséptico y muy aburrido; a mí llevadme al infierno, que al menos hay fogones.
Que no, que yo no quiero ir al cielo, que ese sitio es muy aséptico y muy aburrido; a mí llevadme al infierno, que al menos hay fogones.
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