“Que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire, que se privatice la justicia y la ley, que se privatice la nube que pasa, que se privatice el sueño, sobre todo si es diurno y con los ojos abiertos. Y, finalmente, para florón y remate de tanto privatizar, privatícense los Estados, entréguese de una vez por todas la explotación a empresas privadas mediante concurso internacional. Ahí se encuentra la salvación del mundo… Y, ya metidos en esto, que se privatice también a la puta que los parió a todos”.
José Saramago (Cuadernos de Lanzarote 1993-1995).
Cuando aún no han acabado de privatizar los aeropuertos, ya están preparando la privatización de los barrios. Encomendar la gestión de un barrio a un Business Improvement District (BID), una entidad a la que sólo pertenecen empresarios (no necesariamente residentes en ese barrio; basta con que alguno de sus negocios esté abierto en él) supone crear ciudadanos de primera (ellos) y de segunda (los asalariados, jubilados, parados y en general los no empresarios en activo). O sea, se vuelve al decimonónico sistema de la democracia censitaria, con todos los privilegios que comporta. Porque puestos a privatizar la gestión del barrio, ¿por qué no encomendársela a la asociación de vecinos del mismo, en vez de a la asociación de comerciantes? ¿Acaso no sería eso más justo y democrático? Pero la democracia no tiene nada que ver con esto; es, más bien, una cuestión de lucha de clases. La privatización de la gestión del barrio suele ser el primer paso en un proceso de gentrificación: se convierte el barrio en un escaparate que atraiga clientes para los comercios de la zona (de eso se trata, y de nada más: olvídense de programas de guarderías públicas, asistencia a los ancianos u otras mariconadas socialistoides); se expulsa a los pobres y a los mendigos (que deben desplazarse a otros barrios, creando un sistema de barrios “de segunda”, con pobres, y “de primera”, donde los pobres están prohibidos). Los ciudadanos de gran poder adquisitivo se interesan por los barrios libres de pobres, los ponen de moda y revalorizan las propiedades, o sea, los precios de venta o alquiler de viviendas y locales comerciales se ponen por las nubes, inalcanzables para los vecinos de toda la vida y los comercios tradicionales, que deben seguir la senda del exilio que antes siguieron los mendigos, perdiendo el sentido de comunidad que habían construido quizá durante generaciones. Y he aquí que el barrio ha mejorado notablemente, mientras que sus expulsados habitantes han caído un escalón más en una escala social que cada vez se parece más a la de Jacob, esa que desciende del cielo al infierno. Que no, que la gentrificación no es un proceso de dignificación de los barrios: es una maniobra militar de asalto, conquista, colonización y expolio. De los ricos contra los pobres. Una más. ¿Qué será lo siguiente? ¿Privatizar los Estados, como profetizó Saramago? Nah, no hace falta. Ya están privatizados.
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