
Si bien el viaje puede ser una buena metáfora de la novela—que es un trayecto desde el inicio hasta su conclusión, punteado por distintas escalas y ocasionales momentos para pararse a contemplar el paisaje—la novela que lleva el viaje en el nombre, en el argumento y en el mito es, quizá, la que peor se aviene con tal metáfora. Porque
On The Road (o
En el camino o
En la carretera, según las distintas traducciones hispanas) no es tanto una novela para recorrerla como para habitarla. Que es lo que suelen hacer sus millones de fervorosos admiradores (entre los que me incluyo), y lo que suele sacar de sus casillas a sus algo menos abundantes, pero no menos fervorosos detractores, para quienes las novelas deben tener su puerta de embarque, su apeadero al fin del trayecto, su hoja de ruta y sus ventanillas para mirar el paisaje; para quienes todo viaje es un medio para conseguir un fin, que es llegar a destino. Pero en
On The Road no hay destino, el viaje es el fin, no el medio. Y aquí encontramos la primera gran dificultad para su adaptación cinematográfica: una novela es un viaje a veces, pero una película es siempre un viaje. Quizá por eso la
Road Movie sea el género más puramente, más exclusivamente cinematográfico.