
Existe una cierta cruzada feminista contra el sexo y la diversión frívola (o contra la diversión y el sexo frívolo) que se expresa en unos términos y con una vehemencia análogos a los que empleaban, contra objetivos casi idénticos, aquellas monjas avinagradas y frecuentemente bigotudas que le amargaron la infancia a no pocas niñas, y algún que otro niño, de familia católica... no, no hablo por mí. Yo estudié primero en una escuela dirigida por pedagogos partidarios del modelo
Summerhill y luego, es cierto, en los jesuitas... pero allí mi profesor de religión, jesuita por supuesto, cabalgaba una Harley y había ido a la India a aprender meditación con los yoguis. Que no son unos osos aficionados a las cestas de picnic, sino unos ascetas barbudos practicantes del yoga. Pero niñas y niños traumatizados por la monja bigotuda de turno que les reñía y hasta castigaba por cómo se vestían, cómo se comportaban, qué palabras usaban o hasta qué pensaban, hay muchos.