martes, 25 de noviembre de 2008

Monjas bigotudas y tetas de silicona

Existe una cierta cruzada feminista contra el sexo y la diversión frívola (o contra la diversión y el sexo frívolo) que se expresa en unos términos y con una vehemencia análogos a los que empleaban, contra objetivos casi idénticos, aquellas monjas avinagradas y frecuentemente bigotudas que le amargaron la infancia a no pocas niñas, y algún que otro niño, de familia católica... no, no hablo por mí. Yo estudié primero en una escuela dirigida por pedagogos partidarios del modelo Summerhill y luego, es cierto, en los jesuitas... pero allí mi profesor de religión, jesuita por supuesto, cabalgaba una Harley y había ido a la India a aprender meditación con los yoguis. Que no son unos osos aficionados a las cestas de picnic, sino unos ascetas barbudos practicantes del yoga. Pero niñas y niños traumatizados por la monja bigotuda de turno que les reñía y hasta castigaba por cómo se vestían, cómo se comportaban, qué palabras usaban o hasta qué pensaban, hay muchos.

Hablando más en serio, no pretendo demonizar al feminismo in tutto, no se me solivianten ustedes tan pronto, señoras, sé que la anteriormente descrita no es la actitud de todas las feministas ni mucho menos, sé que muchas feminstas tienen cosas bastante más serias que reivindicar que cuántos centímetros de canalillo se le ven a la maciza que busca a Jack montada en una Harley (como mi profe de religión) en cierto anuncio de colonia for men. Pero no me negarán, señoras, que entre la amplia y diversa familia feminista hay un sector, quizá no mayoritario pero ciertamente muy escandaloso, que comparten idéntico afán regañón y represor hacia idénticos temas que aquellas monjas bigotudas a las que me refería antes.
Todo esto viene a cuento del revuelo que se ha armado porque a una discoteca de Valencia se le ha ocurrido sortear una operación de aumento de pechos entre su concurrencia femenina. Y hombre, no es que la iniciativa demuestre mucha finura ni mucho buen gusto (demuestra más bien todo lo contrario) pero al fin y al cabo el dueño de la discoteca es muy idem de rifar en su casa lo que le salga del nardo, mientras no sea contrario a la legalidad vigente, y una operación de cirugía plástica no sólo no lo es, sino que además resulta que muchas, qué digo muchas, muchísimas de las frecuentadoras de discotecas son aficionadas a (y muy dueñas de) recauchutarse el tetamen con silicona (de hecho, es la operación más demandada por las valencianas), con lo que lo del concurso de marras, cuyo premio por supuesto no es obligatorio aceptar (en ningún concurso lo es) las debe haber atraído como lo que es, una astuta y muy poco elegante maniobra publicitaria. Otra cosa sería que la discoteca hubiera sorteado un tirito de coca o un gigoló cubano, dos cosas a las que seguro que muchas de las habituales serán también aficionadas, pero es que las drogas y la prostitución son cosas ilegales y una operación de estética, se siente, no lo es.
No tendría nada que objetar si esta especie de santo oficio de nuevo cuño se hubiera limitado a criticar la iniciativa por hortera, de hecho en eso hasta podría darles la razón, pero es que no se conforman con criticar, sino que enseguida sacan la palmeta de picar nudillos y tiran de prohibición, y lo siento, sor, pero por ahí no paso. Lo malo es que los poderes políticos, supuestamente democráticos, en cuanto una de esas monjas bigotudas se ponen a tronar contra la indecencia y la falta de decoro les falta tiempo para sacarse alguna prohibición de la manga, y ahí tenemos al ministerio de Sanidad, el ayuntamiento de Valencia y el Consell y la Xé-neralitat buscando cada uno por su lado algún quinto pie al gato jurídico que les permita multar, expedientar o cerrar la discoteca por, como ha dicho Lourdes Bernal, concejala de Sanidad “atentar contra la dignidad de las mujeres”.
Con esta afirmación la concejala Bernal, muy en la línea paternalista (o maternalista) propia de ciertas monjas y ciertas feministas, tacha de indignas a todas las mujeres, que como ya he dicho no son pocas, que suspiran por pasar por el quirófano para salir de él con un par de tallas más de sujetador. Bastante más paternalista, muy en la línea de su gremio, el de los psicólogos (ese clero moderno) se ha mostrado la madre superiora... digo, la profesora de la facultad de psicología de la Universitat de Valencia Manuela Martínez, quien mezclando churras con merinas ha afirmado que "Por una parte estamos todos trabajando para prevenir y ayudar a las mujeres víctimas de violencia, y por otro, hay un mundo con mucho más eco, mucha más relevancia social que llega a toda la población y que dice completamente lo contrario: tu eres dos tetas y dos piernas largas y tienes que hacer el papel sexy". ¿Acaso está insinuando, sor Manuela, que para evitar el maltrato a las mujeres estas deberían dejar de provocar enseñando muslo o pechuga, porque si van provocando ya se sabe lo que pasa? Al feminismo por el burka, ésta sí que es buena.
No sé qué tal andará de tetas la profesora Martínez, o lo largas que tendrá las piernas, pero aún admitiendo que una mujer debería ser considerada algo más que un par de tetas sobre unas piernas largas (y un hombre algo más que un buen billetero con una etiqueta de triunfador colgando), a todo el mundo, hombres y mujeres, le gusta que le tengan por sexy. Y el que diga que no, miente descaradamente. Que para resultar atractiva no hace falta llenarse las mamellas de silicona, de acuerdo. Pero tampoco es como para ponerse tan apocalíptico porque alguien quiera hacerlo, que cada uno es dueño y señor, o señora, de su propio cuerpo. Y, sobre todo, tampoco es para ponerse a dictar prohibiciones para salvar a esas pobres cabecitas huecas de sí mismas y obligarlas a seguir el recto camino, quieran o no. Que si se empieza por ahí se puede acabar quemando herejes.


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