
Las fiestas navideñas son días complicados en la cárcel, porque cierran los talleres y los presos se aburren sin nada que hacer. Para los que han disfrutado de permiso y han pasado la fiesta en familia es aún peor, por el contraste que supone volver al día siguiente a ese mundo de celdas, muros, barrotes y tedio. En esos días el fantasma de la depresión adquiere consistencia y se pasea por las galerías, engordado por los villancicos que se oyen al otro lado de los muros y las lejanas luces que se ven más allá de los barrotes.