
Con su primera novela,
El Húsar, intentó, por una parte, reflexionar sobre aquello que por su trabajo de corresponsal de guerra conocía demasiado bien y demasiado de cerca: la guerra misma. Por otra parte, también buscaba con ella la rememoración nostálgica de una época pasada donde, supuestamente, existía el honor, la caballerosidad y el heroísmo; un mundo conocido por las lecturas juveniles de aventuras a capa y espada, donde supuestamente, los sentimientos eran más nobles, supuestamente los hombres eran más honorables y los uniformes militares más elegantes (sólo esto último es indiscutiblemente cierto; ah, cuán peligrosa puede ser la nostalgia de los tiempos no vividos). O sea, un mundo algo ideal (o idealizado) al que huir de la desolación, la miseria y la suciedad de los tiempos actuales, de las guerras de hoy en día.