domingo, 14 de octubre de 2012

Ese vicio tan burgués

ciudadano-Artur-MasAnte la cuestión nacional sigo el ejemplo de Brassens y de Los Trogloditas: en la Fiesta Nacional yo me quedo en la cama igual, que la música militar nunca me supo levantar. (Els Segadors es un himno militar, by the way). Y no pretendía preocuparme sobre el tema, en parte porque me aburre soberanamente y en parte porque ya bastante preocupado me tienen otros más importantes, (el paro, la recesión, el empobrecimiento, la corrupción, la pérdida de derechos sociales y hasta civiles) como para tener que estarlo también por el sexo de los ángeles o los colores de la bandera. Pero tras el astuto desplante patriotero del presidente de la Generalitat y el estúpido desplante no menos patriotero del ministro Wert, parece que de pronto en Cataluña y en España no haya otro problema que ése. Pues de acuerdo, hablemos del problema nacional.

Por qué no soy nacionalista

Porque los nacionalistas (también llamados patriotas) de lo que están más orgullosos en la vida es de algo tan común y carente de mérito como es el haber nacido en algún sitio. Y yo, si acaso me siento orgulloso de algo, es de las cosas que he conseguido por mí mismo, no de las que me han venido impuestas por razón de nacimiento. Por eso no me siento en absoluto orgulloso de ser español, ni de ser catalán, ni de ser hombre, ni de ser de raza blanca (o latina, según el cuestionario de inmigración estadounidense), ni de ser heterosexual, ni de ser zurdo, ni de tener el pelo castaño (ahora ya gris). Y no estoy orgulloso porque nada de ello ha sido mi elección, ni  mi mérito ni  mi culpa: lo mismo podría haber nacido venezolano, o checheno, mujer, gitana, lesbiana, diestra y pelirroja, y no sería mejor ni peor que ahora. Mi patriotismo no va más allá de las fronteras de la República Independiente del Barrio de Gràcia, porque esa república no existe, porque Gràcia es un barrio bastante multiétnico, multilingüe y policultural, y porque fui yo quien quise ser de ahí. Así y todo, aunque no comparta su visión del mundo, respeto a los nacionalistas: me parece muy bien que alguien decida ponerse como objetivo existencial defender la unidad de España o la independencia de Cataluña. Allá cada uno con sus perversiones, mientras se practiquen entre adultos consentidores, de forma civilizada y sin dar mucho la lata. Lo malo es que una de las características más acusadas de los nacionalistas es, precisamente, que son unos latosos de cuidado. Y otra, que tienen una falta de sentido de la realidad tal que muchos pretenden ser a un tiempo cabaretera y madre abadesa.

No se puede ser cabaretera y madre abadesa

El nacionalismo es una ideología política muy respetable, e intrínsecamente conservadora. Por eso suele hallar su modo de expresión en partidos políticos de derecha o de centro derecha. Ser nacionalista y a la vez progresista es como ser cabaretera y madre abadesa: así de pronto parece divertido, pero a poco que quieras tomártelo en serio te das cuenta de que al bailar can-can te pisas el hábito con los tacones.
Convergència Democràtica de Catalunya y su socio Unió Democràtica, que unidas forman CiU, son dos partidos políticos nacionalistas muy respetables y muy coherentemente de derechas. Y, con toda coherencia, aglutinan el voto nacionalista catalán. (O al menos con mayor coherencia que Esquerra Republicana de Catalunya, un partido independentista y nacionalista de izquierdas, o eso dicen ellos, que no para de pisarse el ruedo del hábito con los taconazos. Y así les va). Ya lo dijo Karl Marx en el siglo XIX, que eso del nacionalismo es algo muy burgués. Bueno, lo que dijo es que  los términos nación o estado nacional sirven a la burguesía para ocultar sus intereses de clase explotadora bajo una bandera tras la que trata de arrastrar al proletariado y a otras capas sociales, pero es que Marx tenía cierta tendencia al sermoneo.
El Partido Popular es un partido de derechas muy respetable (algo menos cuando gobierna como está haciendo ahora) y que, muy coherentemente, trata de arrogarse la representación del nacionalismo español, por delante del PSOE que, al ser un partido de izquierdas, no puede arrogárselo con tanta coherencia. No pocas veces el PP ha disfrutado del apoyo de CiU, y CiU del suyo (ahora mismo, en el parlamento catalán, sin ir más lejos) lo que es perfectamente lógico, ambos están destinados a entenderse. Al fin y al cabo, ambos son de derechas y nacionalistas.
Volviendo a Marx: en Cataluña el nacionalismo es tan burgués como en cualquier otro sitio. Aunque aquí ha prosperado la idea de que ser nacionalista puede ser cosa progre, siempre que se sea nacionalista catalán. La idea viene, como señaló Manuel Vázquez Montalbán en su novela Los alegres muchachos de Atzavara, de los ex izquierdistas de la gauche divine, hijos malcriados de la burguesía catalana que acabaron abrazando el catalanismo porque era la forma más cómoda de disfrutar de una sociedad burguesa sin cuestionamientos ideológicos, olvidando el socialismo, la lucha de clases y toda esa mierda que no deja disfrutar de un buen vino en el mejor restaurante (gracias por recordarme la cita, Raúl Argemí).
En cuanto a la supuesta necesidad de un estado propio: el sociólogo Daniel Bell dijo en 1987 que el Estado era “demasiado pequeño para atender a los grandes problemas del mundo actual y demasiado grande para encarar los pequeños problemas cotidianos del ciudadano”. Desde entonces, el declive del Estado avanza a toda velocidad, sobre todo en Europa, empujado tanto por la federalización comunitaria como por la globalización, y mermado tanto por la transferencia de soberanía hacia arriba como por el traspaso de competencias hacia abajo. El vaciado del Estado-nación ha sido tan drástico en Europa, que lo ha desnaturalizado enteramente. No conserva intacta ninguna de sus grandes funciones específicas: ni acuñar moneda (eso ahora lo hace el BCE), ni guardar fronteras y aduanas (suprimidas las internas del continente por el tratado Schengen; compartidas las exteriores), ni la de una verdadera política exterior (las diplomacias han iniciado su fusión lenta en el SEAE), ni la de hacer individualmente la guerra (salvo pequeñas payasadas como la reconquista de Perejil). En estas circunstancias, el Estado Catalán, de nacer, nacería muerto, o moribundo. Entonces… para qué?

“Espanya ens roba”

Para mejorar Cataluña, dicen los nacionalistas. Porque Cataluña está mal, muy mal. En eso tienen toda la razón: está fatal. Endeudada, en recesión, con un nivel de pobreza superior a la media europea y con cada vez menos cobertura social. Parte de la culpa la tiene Alemania, parte la tiene la burbuja inmobiliaria que nadie quiso pinchar cuando podía, parte la tiene el gobierno nacional del PP por lo mal que lo está haciendo, parte la tiene la corrupción estructural de la clase política catalana (sobre todo la nacionalista; véase caso Palau, véase caso tres per cent, véase caso ITV) y otra parte, y no pequeña precisamente, la tiene la mala gestión del gobierno local de los nacionalistas de Mas, apoyados, no lo olvidemos, por el PP en el Parlament.
Mas los nacionalistas como Mas tienen un truco casi infalible para ocultar sus contradicciones, sus errores, sus pifias, sus patinazos, sus incompetencias e incluso sus delitos y corruptelas varias (o sea, para taparse las vergüenzas): envolverse en la bandera. Un truco excelente, con el que no sólo logran taparse las vergüenzas, sino evitar las críticas, porque entonces no me estás criticando a mí, estás atacando a esta bandera que me envuelve y a lo que ella representa: ¡Cataluña! (o España, o Venezuela, o los Estados Unidos, o… depende del color de la bandera) Así que el gobierno nacionalista catalán de derechas, para tapar sus responsabilidades en la pésima administración que viene efectuado en esta legislatura, el desastre en que se están convirtiendo las finanzas públicas catalanas y la debacle del sistema sanitario catalán, otrora modelo y envidia del mundo (no, no es broma) y ahora hecho unos zorros por culpa de los recortes, y quizá para desviar la atención de las corruptelas en que anda metido Oriol Pujol, su secretario general y Príncipe Heredero, se embolica en la senyera (en catalán envolver se dice embolicar, que también significa engañar, y también, crear confusión a mala idea) y lanza un órdago soberanista.
Pero, ¿por qué está tan mal Cataluña? CiU fue el primer gobierno local en España en aplicar la política neoliberal de recortes sociales para combatir el déficit provocado por la crisis provocada por las políticas neoliberales. Lo que es algo así como tratar de salir del fondo de un agujero cavando. El resultado ha sido el que cualquiera que tenga dos dedos de frente y no sea neoliberal (o sea, cualquiera que tenga dos dedos de frente) podía haber previsto: el agujero se hace cada vez más hondo. Culpa de CiU, evidentemente. Culpa también del gobierno central, donde el Partido Popular ha aplicado las mismas estúpidas políticas con el mismo previsible resultado.
Y entonces el gobierno catalán, por boca de su más honorable Mas, decide echarle la culpa a Madrid, con el socorrido y simplista eslogan de que Espanya ens roba. Si tuviéramos pacto fiscal, dicen, esto no habría pasado. Y ojo, no es que me parezca mala idea un pacto fiscal de tipo federalista, en absoluto, como no me parece mala idea la solución federalista para articular el Estado Español. Pero es que este pacto fiscal no se ha planteado porque sea una buena idea (que puede serlo), sino para usarlo como cortina de humo.
Porque a Catalunya no le iba a corresponder una parte mayor de los impuestos que se recaudan en su territorío si existiera el pacto fiscal: en todo caso, y admito que puede ser una ventaja, dispondría de ese dinero antes que ahora, que tiene que enviarlo a Madrid y esperar a que le devuelvan la parte que le toca. Pero el monto no iba a variar sensiblemente. Y lo de Espanya ens roba es un eslogan sonoro, pegadizo y perfecto en su reduccionismo, y por todo eso tiene mucho calado, pero no se corresponde con la realidad, porque la realidad no es ni mucho menos tan simple. En primer lugar, los impuestos no los pagan los territorios, sino las personas. Y los impuestos, en España, no se distribuyen en función del territorio, sino en función de su número de habitantes ( o sea, personas). Y resulta que en Cataluña habitan más personas con rentas muy altas que en, por ejemplo, Murcia. Y sí, claro, una parte de los impuestos que pagan los millonarios que viven en Cataluña van a parar a pagarles servicios sociales a los pobres que viven en Murcia. Pero es que eso es la esencia del sistema tributario de redistribución de la renta, ni más ni menos: los ricos pagan más que los pobres, pero todos reciben los mismos servicios. Así que sí, un reponedor de un supermercado de Murcia paga menos impuestos y recibe más servicios que un accionista de Banca Catalana de Girona (aunque paga los mismos impuestos y recibe los mismos servicios que un reponedor de supermercado de Sabadell). Y yo, qué quieren que les diga, entre solidarizarme con un banquero de Girona o con un reponedor de supermercado de Murcia, prefiero a éste último. Es que yo soy más de Solidaridad Obrera que de Solidaridad Nacional.

España se rompe

Y el gobierno central del PP, ese partido nacionalista español, socio de gobierno de CiU bajo la mesa, en vez de decirle a Mas que haga su puñetero referéndum soberanista (que muy probablemente perdería) y deje de dar la vara,  entra al trapo y se envuelve, él también, en la bandera (rojigualda en su caso; pero ahora que lo pienso, ¡la senyera también es rojigualda! Qué deliciosa ironía: ambos se enfrentan envueltos en los mismos colores) y, contento por poder desviar así la atención de los desastres que él mismo ha provocado aplicando en toda España la misma política de salir del agujero cavando que CiU ha aplicado en Cataluña, se dedica ahora, con la ayuda de la caverna mediática siempre fiel, a señalar como culpable de todos los males de España al separatismo catalán. ¡España se rompe! Otro eslogan sonoro, pegadizo y perfecto en su reduccionismo. Otra cortina de humo, vaya. Y así el ministro de educación, José Ignacio Wert, uno de los peor considerados de un gobierno ya de por sí muy mal considerado, el ministro que redujo todas las subvenciones a todas las actividades culturales menos a los toros, cuya subvención aumentó, el mismo que ha reducido la financiación de la escuela pública para dársela a la privada (mayoritariamente en manos de la Iglesia), el mismo que ha reducido el número de profesores por alumno y está consiguiendo que la educación pase de ser un derecho a ser un lujo, saca una reforma educativa que no hay por donde cogerla y se permite decir, chulo que es uno, que con ella va a “españolizar a los alumnos catalanes”. Cuando los alumnos catalanes no necesitan ser españolizados, ni siquiera catalanizados, sino educados: ésa es la responsabilidad del ministerio de Wert para con ellos, y no otra. Y no la está cumpliendo.
Esas declaraciones, como es natural, han sido como gasolina en el incendio del debate soberanista en Cataluña. Los independentistas catalanes están encantados con la aportacion de Wert a su causa, y éste se muestra la mar de orgulloso de haber hecho de pirómano allí donde debería haber hecho de bombero. Aunque hay que reconocerle que con su acto pirómano ya nadie habla de lo mala que es su reforma educativa, ni del aumento de la prima de riesgo, que mientras en estos peloteos soberanistas estaban ha superado los 700 puntos, ni del incremento de la tasa de desempleo, que pronto pasará del 25% , ni de las escandalosas ayudas a la banca (y van…). En vez de eso, ahora sólo se habla del desafío soberanista y de que España se rompe. Y efectivamente, se rompe, se está rompiendo, pero no por la acción de nacionalistas catalanes ni vascos ni gallegos. Qué más quisieran ellos. Se rompe porque se ha abierto una fractura social abismática entre los pocos que tienen cada vez más y los muchos que tienen cada vez menos. Se rompe porque se ha abierto otra fractura no menos abismática entre la clase política, convertida en casta, y la población a la que dicen representar. Se rompe porque cada vez hay más familias sin ingresos ni recursos económicos. Y se rompe porque los jóvenes licenciados universitarios que pueden están emigrando a otros países, países que se beneficiarán de los conocimientos que han adquirido pagándoselos nosotros. Por todo eso España se rompe, no por el órdago soberanista que haya lanzado el nacionalismo conservador catalán para conseguir mayores ventajas fiscales. Porque ésa ha sido, desde los tiempos de la Mancomunitat de Prat de la Riba, la táctica habitual de la burguesía catalana para conseguir mayores ventajas fiscales y económicas: amenazar al gobierno central con el independentismo, por boca de sus partidos títeres, para olvidarse inmediatamente de él en cuanto consiguen lo que quieren. Que no es la independencia de Cataluña, por cierto: nada menos deseado por la alta burguesía comercial y financiera catalana, la que actualmente usa a CiU como su partido títere, que perder de esa manera su posición de ventaja en los extensos mercados españoles e hispanoamericanos.
De hecho, la mejor manera de acabar de una vez con todas con este problema sería convocar el dichoso referéndum. Pero con una pregunta clara, no con esa ambigüedad ridícula que se ha sacado Mas de la manga. Una pregunta así como: “¿Desea que Cataluña se convierta en un estado independiente de España?”. Y si sale que no, a callar, y si sale que sí, a dar los pasos necesarios para efectuar la secesión de forma ordenada y pacífica. Bien entendido que ese sí debería ser tomado por una mayoría suficiente y suficientemente representativa: es decir, por una mayoría que suponga al menos el 51% del electorado catalán, y no sólo el 51% de los que vayan a votar ese día. En casos así no vale arrogarse la abstención a beneficio de inventario. Y una vez conocido el resultado y actuando en consecuencia, a ver si podemos dejar por fin de marear la perdiz con estas pavadas y nos dedicamos por fin a los temas en verdad importantes: el pan, el trabajo y la libertad. Tres cosas mucho más esenciales que la identidad nacional y que, ahora mismo, tanto los catalanes como el resto de los españoles ven peligrar.

2 comentarios:

Igor dijo...

Tras darle muchas vueltas al asunto —també sóc de Gràcia—, he llegado a la siguiente conclusión facilona:
«no hay banderas, hay personas», creo que similar a lo que expones, con matices, claro está.
Y sí, votaré en blanco. Oriol Pujol es tan limpio como el palo del gallinero. Cambiar de collar, aunque sí veo algo: este es el primer movimiento de base popular desde que tengo uso de memoria, son los políticos los que se adaptan a lo que pasa en la calle. Ya sé, es discutible eso también.
Saludos. Magnífico artículo.

Xavier B. fernández dijo...

"No hay banderas, hay personas" es un excelente resumen. Gracias. Un saludo.