jueves, 27 de febrero de 2014

Entrevista

xavierbamjEntrevista que aparece en el dossier de prensa del XV Premio Unicaja de novela Fernando Quiñones, ganado por un hijo mío llamado El amante de la mujer árbol.
Dice que “El amante de la mujer árbol” es una novela de aventuras a la antigua usanza…
En cierto modo: una de esas novelas itinerantes en las que el protagonista sale de su casa y se lanza al mundo, deambula por países lejanos y lugares exóticos, acumula muchas experiencias y, finalmente, vuelve a casa transformado por todo lo que ha vivido y lo que ha visto. Para entendernos, un poco como Ulises en La Odisea, o como Phileas Fogg en La vuelta al mundo en ochenta días. En cierto modo, también, es un Bildungsroman, una novela de aprendizaje, de esas en las que el protagonista-narrador crece, madura y pasa por las experiencias que le forjan ante los ojos del lector. Un poco como David Copperfield
Pero su protagonista no se parece en nada ni a David Copperfield ni a Phileas Fogg: para empezar, es un minero anarquista. Y un poco bruto.
Sí, es un militante de la CNT que va quemando las etapas entre la adolescencia y la edad adulta durante la guerra civil española, y después de pasar por un campo de concentración se exilia en Sudamérica, donde le pasa de todo y acaba viviendo en plena selva del Amazonas, “con los indios y los papagayos”, como dice él. Y cuando regresa a España, hecho un viejo, se encuentra un país que, como decía Alfonso Guerra, no reconoce ni la madre que lo parió. Y él, menos aún. En este sentido, la novela también es un repaso a la historia de buena parte del siglo XX, vista a través de los ojos de un personaje peculiar. Y eso de que es un poco bruto… qué quiere, si apenas fue a la escuela, se crió en las minas de carbón de Asturias y se pasó media vida de guerra en guerrilla.
Buenaventura Durruti aparece como personaje. Y aparece un poco idealizado ¿no cree?
Éste es un relato de ficción, de cabo a rabo, pero es cierto que, de vez en cuando, aparece algún personaje histórico haciendo un cameo. Como el embajador Rodríguez Taboada, o el presidente mexicano Lázaro Cárdenas; o sí, el mismo Durruti. ¿Idealizado? Claro, quien relata la historia es un excombatiente anarquista de la guerra civil para quien Durruti fue su héroe de juventud. ¡Cómo no iba a idealizarlo!
También hace un breve cameo Robert Jordan, aunque ése no fuera un personaje histórico…
¿Quién?
El protagonista de la novela Por quién doblan las campanas, de Hemingway. Lo tomé prestado. Llámelo homenaje.
Sinceramente, ¿era necesaria otra novela sobre la guerra civil?
Desde luego que no. Ni sobre la guerra civil ni, de hecho, sobre ningún otro tema. Las novelas no son necesarias, ni lo son las películas, ni las obras de teatro, ni las canciones. Son sólo un lujo hedonista, un pequeño placer que nos permitimos. Yo reivindico la literatura como placer. Pero es que, además, esta no es una novela sobre la guerra civil.
Entonces, ¿sobre qué es?
Sobre el exilio. No precisamente el exilio español tras la guerra civil, sino sobre el exilio en general, el exilio como concepto y como sentimiento, y todo lo que comporta: el desarraigo, el extrañamiento, la desubicación, la soledad… Lo que pasa es que para explicar eso recurrí a un exilio en concreto: el de la guerra civil, porque era el que me pillaba más cerca. Y para explicar ese exilio y sus consecuencias debía antes explicar sus causas; o sea, la guerra misma.
¿Quién es la mujer árbol y dónde encaja en todo esto?
Es una metáfora. Bueno, no, aparece en la novela como una mujer de carne y hueso, pero aparece muy poco, y sobre ella explico lo mínimo posible, para que no pierda ni su misterio ni su cualidad metafórica, y que cada lector se la explique a su manera y según su propia experiencia.
¿Experiencia de qué?
Pues de eso, de la soledad, del extrañamiento, del desarraigo. Porque aunque la llamen árbol, no tiene raíces. Sufre un caso extremo de exilio, porque está exiliada del género humano. De alguna forma encarna esa soledad, ese extrañamiento, ese desarraigo inherentes al exiliado. Es, también, una excusa para poder decir que, en cierto modo, esta novela es también una novela fantástica. O, en todo caso, una novela con algo de realismo mágico. Y es que no te puedes meter, literariamente hablando, en la jungla tropical americana sin que, en algún momento, el realismo mágico asome la oreja por detrás de algún árbol o la patita por debajo de alguna piedra.
Aventuras, historia, Bildungsroman, fantástico…Oiga, pero usted, ¿no era escritor de novela negra?
Yo me considero escritor, sin más. Los apellidos los ponen otros. Aunque que me consideren escritor de novela negra no me disgusta, al contrario, me encanta, porque me encanta ese género, me siento muy cómodo en él. Pero de vez en cuando me apetece escribir otras cosas, explorar otros territorios, meterme en otros berenjenales…
Y va y se mete en la guerra civil, nada menos. Eso, más que un berenjenal, es un zarzal. Enredado y espinoso como pocos.
Y dale. Que no, que esto no va de la guerra civil. La guerra civil, aquí, sólo es el punto de partida de una experiencia de aprendizaje vital mucho más amplia. No pretendo lanzar ninguna tesis ni sentar ninguna cátedra sobre ella. Aunque si hay alguien a quien, por leer la novela, se le despierta la curiosidad y trata de profundizar en el tema, tampoco voy a llorar por ello.
Pero, y disculpe la expresión, ¿por qué remover la mierda? ¿No es mejor olvidar y perdonar?
Estoy a favor del perdón, pero en contra del olvido. Perdonar siempre es bueno, pero olvidar no lo es nunca. Sólo olvidan los afectados por un trauma psicológico y los enfermos de Alzheimer. Bueno, y los rufianes cuando declaran ante el juez, o eso dicen ellos. Pero es mentira. Además, ya sabe lo que decía Cicerón sobre la memoria histórica.
No ¿qué decía?
Que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Y no sé a usted, pero a mí no me gustaría que España repitiera su historia. Para nada. Como tampoco me gustaría vivir en un país traumatizado, ni en un país enfermo de Alzheimer. Claro que tampoco me gusta vivir en un país lleno de rufianes, pero eso, por desgracia, lleva peor arreglo.

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