domingo, 19 de enero de 2020

Que te calles, zorra


Mary Beard (distinguida latinista, catedrática de Clásicas en Cambridge y miembro de la Academia Británica, entre otros títulos igualmente rimbombantes) es, sin duda, la persona viva que más sabe sobre la Roma clásica. Ha sabido transmitir estos conocimientos al público no especializado en documentales de la BBC y una serie de ensayos históricos de carácter divulgativo, altamente recomendables (El triunfo romano, Pompeya, La herencia viva de los clásicos, SPQR) en los que la profundidad no está, en absoluto, reñida con la amenidad. Pues Mary Beard escribe muy bien; tiene un estilo ágil, entretenido y, con frecuencia, sutilmente irónico, que le habrían envidiado tanto el mismo Ovidio como el mismísimo Plinio el Viejo. O su admirado Tácito.

Beard también es muy activa en las redes, sobre todo en twitter, donde se ha visto enzarzada en las inevitables asonadas (me resisto a llamarlas “polémicas”; sería despreciar un término de noble origen, latino por cierto) con los inevitables trolls. Una, muy notable y muy ruidosa, fue a cuenta de Quinto Lollio Úrbico, gobernador de Britania bajo Antonino Pío, al cual los dibujos animados de un programa educativo infantil emitido por la BBC retrataban como un hombre apuesto, barbudo y… negro (y casado con una romana blanca). Muchos internautas alzaron su indignada voz contra tamaña tergiversación de la realidad histórica por cuenta de la dictadura de lo políticamente correcto que nos asola. Beard les respondió con datos: Quinto Lollio era, por lo que sabemos, muy probablemente de origen subsahariano. La sociedad romana era multiétnica, los matrimonios entre personas de distinto color de piel eran habituales y en el ejército abundaban los africanos, palestinos, egipcios, persas y otra gente morenita. Alguno, incluso (el general Caracalla, sin ir más lejos) llegó a emperador y todo. Por decir eso a Beard se le echó encima la turba tuitera. Por supuesto.
Llama la atención (o no) que la gran mayoría de los ataques se centraran en su aspecto: la acusaron de ser una mujer fea, de maquillarse fatal y de vestir peor. Alguno, ciertamente imaginativo, se puso a especular con a qué tipo de fruta podrida olería su coño. Tal cual. Mary Beard transita por su sexta década, luce arrugas, melena cana alborotada y un muy machadiano torpe aliño indumentario. Vamos, que ofrece el aspecto arquetípico del sabio excéntrico y algo distraído; ese que nos hace tanta gracia en Albert Einstein y parece que muchos no le perdonarían a Madame Curie. A Mary Beard, desde luego, no se lo perdonan. Para su perplejidad, alguno, incluso, se atrevió a darle lecciones sobre historia romana, a ella nada menos, lo que constituye un caso de mansplaining  nivel Suma Cum Laude.
 Con ninguna amargura y bastante sentido del humor, Beard respondió puntualmente a todos los trolls, lo que los enfureció aún más. Y recibió diversas versiones de la respuesta que, desde la antigüedad, han recibido las mujeres que han querido alzar su voz en el foro público: que te calles, zorra. Y este, explicado en tan largo preámbulo, es el origen del libro de Mary Beard del que quería hablar.
Mujeres y poder-un manifiesto es un volumen breve, de apenas un centenar de páginas, muy bellamente editado (con sus pastas duras, sus guardas impresas en relieve con tintas metalizadas, su papel de alto gramaje y su profusión de ilustraciones en el interior) por Crítica, el sello que ha publicado todas sus obras traducidas al español (menos la primera, The Parthenon; a ver para cuándo). Si su continente hace de él un hermoso libro-objeto, su contenido proporciona una lectura rápida, agradable y de un tirón. Reelabora los textos de dos conferencias que la autora había impartido previamente: en la primera, “La voz pública de las mujeres”, Beard regresa a la antigüedad clásica para pescar el primer ejemplo documentado del “que te calles, zorra”; en el primer canto de La Odisea, cuando Penélope baja de sus aposentos al comedor donde se reúnen sus pretendientes y oye a un aedo cantar las vicisitudes que sufren los héroes griegos en su viaje de regreso desde Troya. Como a ella no le agrada el tema (pues le recuerda a su propio marido, Ulises, aún perdido por esos mares de los Dioses; y, aunque ella aún no lo sabe, retozando en el lecho de Circe) alza la voz para pedirle al aedo que cante otro tema más alegre. Inmediatamente, el joven Telémaco la reprende: “Madre mía, vete adentro y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca. El relato (mythos, en el original) estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Pues mío es el gobierno de la casa”. Así que la historia de la literatura occidental empieza con un niñato recién salido del cascarón mandando callar en público a su sabia madre.
Era la griega una sociedad sumamente patriarcal, más aún (y ya es decir) que la romana, en la que las mujeres debían estar sometidas durante toda su vida a la custodia de un hombre (su padre, su marido, su hijo mayor) y en la que se juzgaba inaudito el poder que sobre sus enemigos, los feroces caudillos celtas (la sociedad celta no era exactamente un matriarcado, pero tenía muchos rasgos matriarcales), tenían las opiniones de sus esposas y, sobre todo, sus madres. De ahí, y pasando por la violación de Filomena, la transformación de Io en vaca o la sumisión de Eco al narcisismo de, er, Narciso, la autora sigue el rastro del “que te calles, zorra” hasta nuestros días y su propio caso, en el que el exabrupto toma la forma de imaginativas especulaciones sobre lo rancio (y frutal) del olor de su entrepierna.
En la segunda parte, “Mujeres en el ejercicio del poder”, el mito clásico de partida es Perseo, el héroe masculino, decapitando a la horripilante, venenosa y arquetípicamente femenina Medusa, el monstruo ctónico con el que, en la edad contemporánea, se ha comparado insistentemente a las mujeres que alcanzan puestos de poder: le ha pasado a Theresa May, a Ángela Merkel y, sobre todo, a Hillary Clinton. “en las elecciones presidenciales de 2016 en los Estados Unidos, los partidarios de Donald Trump tenían infinidad de imágenes clásicas para elegir, pero ninguna tan impactante como la de Trump convertido en Perseo decapitando a Hillary Clinton convertida en Medusa”. Tanto más impactante cuanto que la imagen elegida es la famosa escultura de Benvenuto Cellini, en la que Perseo no sólo alza la cabeza sangrante de Medusa, sino que además pisotea su cuerpo decapitado. Beard se extiende en cómo, desde Margaret Tatcher hasta Clinton, las mujeres en el poder, consciente o inconscientemente, han masculinizado su imagen, bajando su tono de voz a registros más graves, adoptando el traje chaqueta y el pelo corto como señas de identidad. Masculinización máxima fue la de Atenea, diosa que hoy se calificaría de empoderada, pero que, detalle significativo, no nació de mujer divina o humana, sino directamente de la cabeza de su padre, Zeus.
Trump como Perseo, decapita a la Medusa Clinton. Sigue soñando, Donald.

El libro se presenta como “un manifiesto”, pero está muy lejos de ser un panfleto. Empieza con el reconocimiento de que “en el mundo occidental, las mujeres tienen mucho de qué alegrarse, no lo olvidemos” antes de pasar a hablar de lo mucho que aún tienen de lo que no alegrarse. Beard aborda el tema, como acostumbra, desde la erudición, con amenidad y una gran dosis de sentido del humor , echando mano, cuando le conviene, de su experiencia personal: “aún recuerdo aquel Cambridge en el que, en la mayoría de las facultades, los lavabos de las mujeres estaban en sitios tan recónditos que para acceder había que atravesar dos patios, recorrer un pasillo y bajar por las escaleras hasta el sótano; me preguntaba si aquello encerraría algún mensaje”. No alimenta ningún ánimo revanchista (de los que la insultan por internet, dice: “Muchos de ellos son personas que, más que ser malvadas, dan pena. Cuando me siento caritativa, pienso que muchos de los improperios proceden de individuos que se sienten decepcionados por las falsas promesas de democratización proclamadas, por ejemplo, por Twitter”) y no le ahorra algún que otro pescozón al papanatismo cultural de cierto feminismo moderno que “ha gastado demasiada energía tratando de demostrar la existencia de aquellas amazonas, con las seductoras posibilidades implícitas en una sociedad histórica realmente gobernada por y para las mujeres. Seguid soñando”.  En conclusión, un texto breve, inteligente, revelador, de lectura sumamente agradable, que no decepcionará a los lectores habituales de Mary Beard y puede servir de puerta de entrada a aquellos lectores que aún no conocían a una de las mejores ensayistas sobre el mundo clásico. Si no la mejor.

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