Mary Beard (distinguida latinista, catedrática de
Clásicas en Cambridge y miembro de la Academia Británica, entre otros títulos
igualmente rimbombantes) es, sin duda, la persona viva que más sabe sobre la
Roma clásica. Ha sabido transmitir estos conocimientos al público no
especializado en documentales de la BBC y una serie de ensayos históricos de
carácter divulgativo, altamente recomendables (El triunfo romano, Pompeya,
La herencia viva de los clásicos, SPQR) en los que la profundidad no
está, en absoluto, reñida con la amenidad. Pues Mary Beard escribe muy bien;
tiene un estilo ágil, entretenido y, con frecuencia, sutilmente irónico, que le
habrían envidiado tanto el mismo Ovidio como el mismísimo Plinio el Viejo. O su
admirado Tácito.
Beard también es muy activa en las redes, sobre
todo en twitter, donde se ha visto enzarzada en las inevitables asonadas (me resisto
a llamarlas “polémicas”; sería despreciar un término de noble origen, latino
por cierto) con los inevitables trolls. Una, muy notable y muy ruidosa, fue a
cuenta de Quinto Lollio Úrbico, gobernador de Britania bajo Antonino Pío, al
cual los dibujos animados de un programa educativo infantil emitido por la BBC
retrataban como un hombre apuesto, barbudo y… negro (y casado con una romana
blanca). Muchos internautas alzaron su indignada voz contra tamaña
tergiversación de la realidad histórica por cuenta de la dictadura de lo
políticamente correcto que nos asola. Beard les respondió con datos: Quinto
Lollio era, por lo que sabemos, muy probablemente de origen subsahariano. La
sociedad romana era multiétnica, los matrimonios entre personas de distinto
color de piel eran habituales y en el ejército abundaban los africanos, palestinos,
egipcios, persas y otra gente morenita. Alguno, incluso (el general Caracalla,
sin ir más lejos) llegó a emperador y todo. Por decir eso a Beard se le echó
encima la turba tuitera. Por supuesto.
Llama la atención (o no) que la gran mayoría de
los ataques se centraran en su aspecto: la acusaron de ser una mujer fea, de maquillarse
fatal y de vestir peor. Alguno, ciertamente imaginativo, se puso a especular
con a qué tipo de fruta podrida olería su coño. Tal cual. Mary Beard transita
por su sexta década, luce arrugas, melena cana alborotada y un muy machadiano
torpe aliño indumentario. Vamos, que ofrece el aspecto arquetípico del sabio
excéntrico y algo distraído; ese que nos hace tanta gracia en Albert Einstein y
parece que muchos no le perdonarían a Madame Curie. A Mary Beard, desde luego,
no se lo perdonan. Para su perplejidad, alguno, incluso, se atrevió a darle
lecciones sobre historia romana, a ella nada menos, lo que constituye un caso
de mansplaining nivel Suma Cum
Laude.
Con ninguna
amargura y bastante sentido del humor, Beard respondió puntualmente a todos los
trolls, lo que los enfureció aún más. Y recibió diversas versiones de la respuesta
que, desde la antigüedad, han recibido las mujeres que han querido alzar su voz
en el foro público: que te calles, zorra. Y este, explicado en tan largo
preámbulo, es el origen del libro de Mary Beard del que quería hablar.
Mujeres y poder-un manifiesto es un volumen
breve, de apenas un centenar de páginas, muy bellamente editado (con sus pastas
duras, sus guardas impresas en relieve con tintas metalizadas, su papel de alto
gramaje y su profusión de ilustraciones en el interior) por Crítica, el sello
que ha publicado todas sus obras traducidas al español (menos la primera, The
Parthenon; a ver para cuándo). Si su continente hace de él un hermoso libro-objeto,
su contenido proporciona una lectura rápida, agradable y de un tirón. Reelabora
los textos de dos conferencias que la autora había impartido previamente: en la
primera, “La voz pública de las mujeres”, Beard regresa a la antigüedad clásica
para pescar el primer ejemplo documentado del “que te calles, zorra”; en el
primer canto de La Odisea, cuando Penélope baja de sus aposentos al
comedor donde se reúnen sus pretendientes y oye a un aedo cantar las
vicisitudes que sufren los héroes griegos en su viaje de regreso desde Troya. Como
a ella no le agrada el tema (pues le recuerda a su propio marido, Ulises, aún perdido
por esos mares de los Dioses; y, aunque ella aún no lo sabe, retozando en el
lecho de Circe) alza la voz para pedirle al aedo que cante otro tema más
alegre. Inmediatamente, el joven Telémaco la reprende: “Madre mía, vete
adentro y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca. El relato (mythos,
en el original) estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Pues mío
es el gobierno de la casa”. Así que la historia de la literatura occidental
empieza con un niñato recién salido del cascarón mandando callar en público a
su sabia madre.
Era la griega una sociedad sumamente patriarcal,
más aún (y ya es decir) que la romana, en la que las mujeres debían estar
sometidas durante toda su vida a la custodia de un hombre (su padre, su marido,
su hijo mayor) y en la que se juzgaba inaudito el poder que sobre sus enemigos,
los feroces caudillos celtas (la sociedad celta no era exactamente un
matriarcado, pero tenía muchos rasgos matriarcales), tenían las opiniones de sus
esposas y, sobre todo, sus madres. De ahí, y pasando por la violación de
Filomena, la transformación de Io en vaca o la sumisión de Eco al narcisismo de,
er, Narciso, la autora sigue el rastro del “que te calles, zorra” hasta nuestros
días y su propio caso, en el que el exabrupto toma la forma de imaginativas especulaciones
sobre lo rancio (y frutal) del olor de su entrepierna.
En la segunda parte, “Mujeres en el ejercicio del
poder”, el mito clásico de partida es Perseo, el héroe masculino, decapitando a
la horripilante, venenosa y arquetípicamente femenina Medusa, el monstruo
ctónico con el que, en la edad contemporánea, se ha comparado insistentemente a
las mujeres que alcanzan puestos de poder: le ha pasado a Theresa May, a Ángela
Merkel y, sobre todo, a Hillary Clinton. “en las elecciones presidenciales
de 2016 en los Estados Unidos, los partidarios de Donald Trump tenían infinidad
de imágenes clásicas para elegir, pero ninguna tan impactante como la de Trump
convertido en Perseo decapitando a Hillary Clinton convertida en Medusa”. Tanto
más impactante cuanto que la imagen elegida es la famosa escultura de Benvenuto
Cellini, en la que Perseo no sólo alza la cabeza sangrante de Medusa, sino que
además pisotea su cuerpo decapitado. Beard se extiende en cómo, desde Margaret
Tatcher hasta Clinton, las mujeres en el poder, consciente o inconscientemente,
han masculinizado su imagen, bajando su tono de voz a registros más graves,
adoptando el traje chaqueta y el pelo corto como señas de identidad.
Masculinización máxima fue la de Atenea, diosa que hoy se calificaría de empoderada,
pero que, detalle significativo, no nació de mujer divina o humana, sino directamente
de la cabeza de su padre, Zeus.
![]() |
Trump como Perseo, decapita a la Medusa Clinton. Sigue soñando, Donald. |
El libro se presenta como “un manifiesto”, pero
está muy lejos de ser un panfleto. Empieza con el reconocimiento de que “en
el mundo occidental, las mujeres tienen mucho de qué alegrarse, no lo olvidemos”
antes de pasar a hablar de lo mucho que aún tienen de lo que no alegrarse. Beard
aborda el tema, como acostumbra, desde la erudición, con amenidad y una gran
dosis de sentido del humor , echando mano, cuando le conviene, de su
experiencia personal: “aún recuerdo aquel Cambridge en el que, en la mayoría
de las facultades, los lavabos de las mujeres estaban en sitios tan recónditos
que para acceder había que atravesar dos patios, recorrer un pasillo y bajar
por las escaleras hasta el sótano; me preguntaba si aquello encerraría algún
mensaje”. No alimenta ningún ánimo revanchista (de los que la insultan por
internet, dice: “Muchos de ellos son personas que, más que ser malvadas, dan
pena. Cuando me siento caritativa, pienso que muchos de los improperios
proceden de individuos que se sienten decepcionados por las falsas promesas de
democratización proclamadas, por ejemplo, por Twitter”) y no le ahorra
algún que otro pescozón al papanatismo cultural de cierto feminismo moderno que
“ha gastado demasiada energía tratando de demostrar la existencia de
aquellas amazonas, con las seductoras posibilidades implícitas en una sociedad
histórica realmente gobernada por y para las mujeres. Seguid soñando”. En conclusión, un texto breve, inteligente,
revelador, de lectura sumamente agradable, que no decepcionará a los lectores
habituales de Mary Beard y puede servir de puerta de entrada a aquellos
lectores que aún no conocían a una de las mejores ensayistas sobre el mundo clásico.
Si no la mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario