miércoles, 1 de junio de 2011

Franco era un dictador, pero poquito

¡Españoles! Así de gorda la tengo.

Muy asombrada anda la peña porque en el Diccionario Biográfico que está publicando la Real Academia de la Historia se dice, entre otras perlas, que el régimen de Franco era “Autoritario, no totalitario”. (Afirmación de la que discrepa hasta el mismísimo Franco),  o que al ínclito dictador, quien en todo momento recibe tratamiento de “Generalísimo” o de “Jefe del Estado” se le califica de brillante militar (por estratega mediocre, y hasta por medio lelo, le tenían sus coetáneos y compañeros de alzamiento, los generales Mola y Sanjurjo; el especialista en historia  militar  Carlos Blanco Escolá, coronel del ejército español, tiene escrito un libro que se llama, nada menos, La incompetencia militar de Franco) y que no diga nada en cambio de su perfil de represor, ampliamente documentado por el hispanista Paul Preston en El holocausto español.
Nadie debería asombrarse tanto, pues la reseña dedicada a Franco se le encargó a Luis Suárez, un experto en Historia Medieval que también es miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco,  que en su página web declara tener como fin “Difundir el conocimiento de la figura de Francisco Franco en sus dimensiones humana, política y militar, así como de los logros y realizaciones llevadas a cabo por su Régimen”.
Hojeando la obra, aún incompleta (va por el tomo 25, y pretende llegar hasta los 50), se pueden cazar, aquí y allá gazapos similares en otras entradas; similares en lo, digamos, rancio y en el, digamos, discutible rigor científico(como llamar "cruzada" a la guerra civil). Pero esto tampoco es motivo de asombro; conociendo cómo es la Real Academia de Historia,  lo asombroso habría sido lo contrario. En sus poltronas se sientan muchos medievalistas, pero muy pocos especialistas en historia moderna. E, ideológicamente, la selección de académicos parece estar bastante escorada hacia la derecha: en sus sillones aún no se sientan los insignes César Vidal y Pío Moa (aunque, visto el panorama, cualquier día) pero sí un par de marqueses, un duque (que es, además, comandante de Infantería de Marina), un obispo (Monseñor Cañizares, famoso por sus posiciones ultraconservadoras, pero no por sus obras sobre historia, pues no ha escrito ni una) un embajador, un eurodiputado del PP, un exsecretario de estado del gobierno de Aznar, el presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos, la presidente de Unidad Editorial (la editorial de El Mundo) y varios galardonados con la Orden de Isabel la Católica.
 Son todos ellos, bien se ve, personas de altos méritos… pero no, salvo alguna digna y honrosa excepción, de méritos académicos en el campo de la historiografía. (la lista completa, con currículum y todo, está aquí). De hecho, es difícil encontrar entre sus miembros algún historiador que destaque ni poco ni mucho, ni que haya escrito alguna obra que haya ejercido alguna influencia en la historiografía moderna; suelen preferir cosas como  Emblemas heráldicos en el arte medieval navarro o La Gaceta de Madrid y el Mercurio Histórico y Político, 1755-1781. Sí, es verdad: fascinante.
No es miembro, en cambio, Raymond Carr, internacionalmente reconocido como el más brillante de los hispanistas contemporáneos; y no es de extrañar que no lo sea, porque no le corresponde: es inglés, lo mismo que Paul Preston, autor de la que pasa por ser la mejor biografía de Franco. O Hugh Thomas, gran experto en la Guerra Civil. O Ian Gibson,  experto en Lorca y en la generación del 27... bueno, Ian Gibson sí que podría estar en la academia, porque se nacionalizó español. Sí, mucho hijo de la Gran Bretaña hay por aquí. Ya desde la primera vez que entré en el aula de Historia de España Contemporánea, en la universidad, y le eché un vistazo a la bibliografía me di cuenta de que los que más  y mejor habían estudiado ese tema eran los británicos. Y entonces, oh ingenuo de mí, me pregunté por qué. Porque los españoles no están por la faena, es la inevitable respuesta: prefieren el estudio de los emblemas heráldicos en el arte medieval navarro, y cosas así.
Tampoco es miembro el norteamericano Stanley G. Payne, pero le han invitado a escribir en la obra (suya es la reseña sobre La Pasionaria). No sé si tendrá algo que ver el hecho de que Payne haya defendido las tesis historiográficas de Pío Moa y mantenga sobre la figura de Franco tesis similares a las de Luis Suárez.
Aunque hay historiadores españoles dedicados a lo contemporáneo y por lo menos tan influyentes y respetados como los extranjeros antedichos,  que podrían estar en la academia, y no están. Es el caso de Santos Juliá, considerado en el mundo académico (el que componen los claustros universitarios del ancho mundo, no el de la Real Academia de la Historia) como el principal biógrafo de Manuel Azaña. Sin embargo, a pesar de no ser miembro, la Real Academia le llamó para proponerle realizar una reseña de la obra… pero no la de Manuel Azaña. Ni la de ninguno de los personajes de la II República sobe los que ha publicado investigaciones. En declaraciones al diario El País, Juliá ha dicho que del personaje que le propusieron recensionar  "No recuerdo el nombre, pero no era nadie sobre quién hubiera investigado. Era un personaje muy secundario que no tenía interés para mí. Tuve la impresión de que era como la calderilla de la obra que nadie había querido hacer”.
Así que, visto lo visto, cómo asombrarse de que la obra esté saliendo como está saliendo. La Asociación de descendientes del Exilio Español, ha expresado  su malestar, lo cual tampoco es de extrañar.  No, no hay motivo para el asombro. Ni motivo alguno para la censura: en el Diccionario biográfico se ha optado por hacer una obra de opinión, no una obra científica, lo cual es una opción legítima. Y las opiniones, ya se sabe, son libres y deben poder expresarse libremente.
Lo que ya jode un poco es que para que nos den la vara con sus muy discutibles opiniones personales tengamos que pagarles a estos señores académicos  6,4 millones de subvención con cargo al erario público. Por semejante cantidad de pasta yo hubiera esperado un trabajo algo más documentado y algo más riguroso.

4 comentarios:

Vinz dijo...

Lo que pasa es que hay demasiados venezolanos en España ahora, y a nosotros nos encanta esa discusión ridícula, "es un dictador/es un autócrata".
Sabes, es muy importante saber, cuando entras a un túnel de noche y te salta encima un agresor como en Irreversible, si este es un "violador", un "abusador" o un "intruso anal".
Lo peor es que es insostenible la definición autocrática. Cuando una persona reprime a todo un grupo de gente (comunistas) de manera sistemática y sin discriminación, es imposible hablar de "autoritarimso", como lo concibe el politólogo Lévy.
Saludos

Xavier B. fernández dijo...

Si te refieres a David C. Lévy, su criterio básico para determinar qué tan autoritario es un sistema, si lo he entendido bien, es su grado de control sobre procesos e instituciones sociales. El de Franco era muy elevado: elegía directamente y a dedo (él o quien él designara) a los alcaldes y otros cargos públicos, a los jueces, a los directores de los periódicos, a los rectores de las universidades y hasta a los obispos. O sea, la administración, la justicia, la prensa, la universidad y la Iglesia. Más control que eso... Autoritario es Chávez, por ejemplo, que sólo controla medio medio. Comparado con Franco, es un simple aprendiz.

Enric Pérez dijo...

Pasado el primer sofocón, lógico por otra parte, simplemente hay que asegurarse de tener localizados todos los ejemplares de esta "magna" obra para, en un momento dado de nuestro incierto futuro, destruirlos. No vaya a ser el caso que las futuras generaciones encuentren uno y extraigan conclusiones que no tocan.
En realidad la frase "el pueblo que desconoce su historia esta condenado a repetirla" sería más bien "el pueblo que permite que se impriman ciertas cosas se merece la historia que le cuentan".

Xavier B. fernández dijo...

Lo comparan con el Diccionario Biográfico Nacional de Oxford. Pero en Oxford cada entrada se somete a la censura de un comité de editores, que pueden pedir al autor que cambie el texto en base a determinados criterios: uno de ellos, que la información parezca incompleta. Otro, que el texto parezca demasiado elogioso. De hecho, el criterio para elegir los autores de cada entrada es que conozcan el tema y demuestren cierto distanciamiento respecto al personaje. Aquí, se le encarga la reseña de Franco a un amigo íntimo de la familia de Franco, experto en historia medieval, y nadie se lee lo que entrega. País.