También es una novela muy áspera, poco condescendiente con el lector. Cuenta con sencillez y crudeza la historia de una adolescencia problemática: la de los cuatro años (de los quince a los dieciocho) de adolescencia de Samantha, una muchacha blanca que vive en la Tanzania de los años ochenta. Africana blanca nacida en Europa, sumergida en una familia disfuncional (su padre, dedicado a los negocios sucios como todos los blancos que fueron a África a hacer fortuna, es brutal y despótico; su madre se ha vuelto alcohólica para aguantarle) trata de buscar su camino entre sexo, alcohol, drogas y una relación con un hombre mayor, relación que se revela cada vez más destructiva. Ejersbo narra esta historia desde la voz de Samantha y sin caer en ninguna de las trampas habituales: ni en el sentimentalismo fácil, ni en el tremendismo, ni en el morbo por el morbo. Está escrita en un estilo claro y directo, sin florituras, que además de a Welsh recuerda, también, al mejor Bukowski. Pero la profundidad (y la ferocidad) con que el autor analiza la psicología de sus personajes (y, en particular, de la atormentada protagonista, un personaje admirablemente bien construido) también recuerda, y no poco, a Dostoievski. De hecho, me atrevería a decir que Dostoievski ha sido una de las grandes influencias del autor.
Otro valor a destacar es el retrato que la obra hace del África contemporánea (la acción transcurre durante los años 80) y las no siempre fáciles relaciones entre etnias. Y lo hace dando pinceladas breves y ocasionales, trazadas como al descuido, como simplemente acotando el escenario en el que se desarrolla la historia de Samantha. Pero juntando todas esas pinceladas, al final de la novela el lector conseguirá un retrato serio, profundo y nada complaciente de la realidad africana actual. Exilio demuestra que en Escandinavia existe vida (literaria) más allá de los thrillers al estilo Larsson.
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