sábado, 13 de septiembre de 2025

El último bastión del pudor (aparque aquí a su anciano, II)

 


Mis visitas diarias a la residencia de ancianos pronto se amoldaron a una rutina: llegaba un poco antes de las cuatro de la tarde, pues era la hora en que mi madre, como un reloj, despertaba de su siesta y le entraban ganas de ir al baño. Al que no podía ir sola, no porque no pudiera andar—podía, a su tambaleante manera— sino porque estaba encajonada en una cama con listones a los lados que la convertían en algo semejante a un corralito para gallinas, que la debilidad de sus piernas no le permitía saltar.  

—Y por qué no llamas con el botón rojo, mamá, para que venga alguien a ayudarte. Para eso está.

—Ya llamo, hasta desgastar el botón, pero no viene nadie.

Y no viene nadie.

lunes, 25 de agosto de 2025

Y no viene nadie (Aquí puede aparcar a su anciano, I)

 


Mi madre, hasta entonces una vigorosa anciana de noventa años acostumbrada a hacer su santa voluntad, sufrió un ictus de baja intensidad. La recuperación fue buena, pero no absoluta. Y mi hermana le buscó una residencia geriátrica. Un lugar de paredes blancas impolutas y jardines de césped artificial, apacible, limpio, agradable y bien equipado. El personal que pululaba por entre los residentes era joven, amable, cariñoso. Aunque, con frecuencia, hablaban a los ancianos en ese tono cantarín y algo condescendiente con que la gente cursi suele hablar con los niños o los discapacitados. Ese tono, similar a un gorjeo, con la voz dos octavas más aguda de lo normal y alargaaaando muuucho la penúltima vocal de cada palabra, siempre me ha causado cierto repeluzno; si alguna vez alguien se atreve a usar ese tono conmigo, por viejo o chocho que esté entonces, puede llevarse fácilmente un puñetazo en la nariz.

martes, 12 de agosto de 2025

Mañana cenaremos en el infierno

 


Hemos tenido suerte: los arqueros han podido cazar unos cuantos conejos y dos grandes jabalíes, que los marmitones están asando ahora mismo. Con la sangre y las vísceras de los jabalíes han preparado una gran olla de caldo negro, de la que cada hombre, por turno, ha llenado su cuenco y, tras hacerlo, se ha sentado en derredor de la gran hoguera. Yo hago lo mismo, y mientras sorbo el nutritivo caldo —espeso, oloroso, con ese regusto metálico que le proporcionan la sangre y el vino que contiene— los observo. El resplandor del fuego hace brillar sus cuerpos aceitados y sus armas bruñidas. Comen en silencio, no se oye nada más que el ocasional crepitar de la resina en los troncos que arden. Su mirada está fija en las llamas, pero su mente, sin duda, lo está en esa multitud de hogueras lejanas que brillan en la oscuridad, sobre las cubiertas de los barcos persas, y que convierten la impenetrable negrura del mar en otro cielo estrellado. Antes del ocaso, a la luz rojiza del sol declinante, conté, desde mi otero en el promontorio, cinco mil naves. Había muchas más, pero para qué molestarme en seguir contando, si me bastaba con saber que eran demasiadas. ¿Cuántos soldados del rey de reyes albergará cada uno de esos grandes barcos? Aunque fuera sólo uno por nave, serían demasiados, también.

jueves, 17 de julio de 2025

 


Esta no es, ni mucho menos, la mejor película sobre el superhéroe kriptoniano: esa sigue siendo, lo siento, la primera, aquella que dirigió Richard Donner, protagonizó Cristopher Reeve y escribió Mario Puzo. Bueno, en esta los efectos especiales son más sofisticados, pero qué más da: a estas alturas ya estamos todos sobresaturados de CGI, y las transparencias y las superposiciones en fondo verde de la película de Donner aguantan bastante bien (la he revisitado hace poco) y tienen un encanto que ningún CGI logra igualar. También es verdad que el personaje del villano Lex Luthor (un muy solvente Nicholas Hoult) está mejor concebido, y recuerda un poco a Jeff Bezos, lo que es un acierto; aunque el de la primera fuera nada menos que Gene Hackman. Pero es notorio que nunca se tomó en serio a su personaje: ni siquiera accedió a rasurarse el cráneo, y un Lex Luthor con pelo no es un buen Lex Luthor.

Pero tampoco es la peor.

domingo, 2 de febrero de 2025

Tecno-Feudalismo

 

    
    Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del tecnofeudalismo. Marx tenía razón (una vez más): el capitalismo ha engendrado la fuerza que le está destruyendo. Sólo que no se trata del proletariado, sino de una nueva casta: los señores feudales en la nube, que escapan a la lógica del mercado acotándolo en feudos en la nube; feudos en los que todos, incluyendo a los capitalistas tradicionales, nos convertimos en siervos, trabajando (con frecuencia, gratis) en los dominios del gran señor (o tecnoseñor), al que debemos pagar renta. Sí, el capitalismo ha engendrado al enemigo que lo está destruyendo, pero lo que lo sustituye es aún peor.
    Escrito en 2023 y publicado en 2024, este brillante, ameno y bien documentado ensayo cobra plena relevancia ahora, en 2025, cuando, en la segunda investidura de Donald Trump como presidente, el tecnofeudalismo ha alcanzado el segundo estadio: el del acceso directo al poder político.  Los libros de Yanis Varoufakis (uno de los economistas más brillantes de nuestro tiempo; catedrático de la Universidad de Essex, exministro de finanzas de Grecia durante el primer gobierno de Syriza y cofundador del  movimiento internacional DiEM25, que lucha por el resurgimiento de la democracia en Europa) siempre son recomendables. Éste es imprescindible para entender el mundo en el que estamos entrando. Y no es bonito.