Me acuerdo de cómo se debía poner la canica entre los dedos para poder catapultarla, de las palabras rituales que debíamos recitar al final de cada uno de los tiros, en riguroso orden: chivas, palmo, pie, tute, gua; del ruido que producían las canicas al entrechocar, de su peso en la palma de la mano, de esos molinetes de colores que se veían bajo su piel de cristal, dura y esférica; pero me acuerdo de que unas pocas, las más apreciadas, no tenían molinetes de colores dentro, sino que eran todas de un solo color transparente, amarillo o azul; me acuerdo de las fascinantes iridiscencias que la luz del sol provocaba al pasar a través de estas canicas especiales. Que te las ganaran en una partida podía ser toda una tragedia. De todo eso me acuerdo.
viernes, 3 de abril de 2009
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