Con su primera novela, El Húsar, intentó, por una parte, reflexionar sobre aquello que por su trabajo de corresponsal de guerra conocía demasiado bien y demasiado de cerca: la guerra misma. Por otra parte, también buscaba con ella la rememoración nostálgica de una época pasada donde, supuestamente, existía el honor, la caballerosidad y el heroísmo; un mundo conocido por las lecturas juveniles de aventuras a capa y espada, donde supuestamente, los sentimientos eran más nobles, supuestamente los hombres eran más honorables y los uniformes militares más elegantes (sólo esto último es indiscutiblemente cierto; ah, cuán peligrosa puede ser la nostalgia de los tiempos no vividos). O sea, un mundo algo ideal (o idealizado) al que huir de la desolación, la miseria y la suciedad de los tiempos actuales, de las guerras de hoy en día.
martes, 13 de octubre de 2009
miércoles, 7 de octubre de 2009
Fotos de recuerdo
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Autoficción
Los padres de hoy en día ya no viven —no realmente— la experiencia del nacimiento de sus hijos, porque están demasiado ocupados filmándolo. Las madres sí que lo viven, porque qué otro remedio les toca: con las contracciones les saldrían todas las tomas movidas, y además están en muy mal ángulo, así que no pueden grabar el acontecimiento, deben conformarse con vivirlo en carne propia. Más tarde, cuando el crío o la cría de sus primeros pasos, o saque el primer diente o lo pierda o cague por primera vez sentado en el orinal, ya no lo vivirán en carne propia, porque sus mentes, como la del pazguato que las preñó, estarán demasiado ocupadas pensando en encuadres, iluminación y enfoque. Lo vivirán después, cuando lo vean en la pantalla del televisor o del ordenador.
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