Patrón de patronos
Era una noche oscura y tormentosa. La lluvia repiqueteaba en los cristales de las amplias ventanas del lujoso despacho del presidente de la Confederación de Organizaciones Patronales. A través de las persianas venecianas que las cubrían refulgían, súbitamente, relámpagos que por un momento iluminaban los tejados de Madrid antes de que, entre el retumbar de un trueno, volvieran a sumirse en la oscuridad. Sentado tras el pesado escritorio de madera maciza de roble rojo americano, inclinado sobre la isla de luz que proyectaba sobre la misma su lámpara de escritorio PiaoMiao (una antigüedad muy valiosa, regalo de su antecesor en el cargo, antes de que le metieran en la cárcel por estafa continuada) Jota Erre escribía, a mano, mientras reía quedamente, para sí.
—Ji, ji, ji, ji.