Yo solía notarlo. De noche, tumbado en la cama, ni dormido ni totalmente despierto, notaba el pulso de la gran ciudad, su latido. Pero no me refiero al rumor del tráfico ni al retumbar del metro (que, de todas formas, no oía nunca: vivía en una calle silenciosa, céntrica pero apartada de las grandes arterias urbanas). No; ese pulso, ese latido, no es perceptible con ninguno de los cinco sentidos convencionales.
miércoles, 16 de junio de 2010
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