domingo, 28 de febrero de 2010

Me acuerdo: iglesia

Me acuerdo del intimidante, severo silencio. Me acuerdo de las sombras que se agazapaban tras las columnas y los arcos del crucero, como jirones de niebla negra. Me acuerdo de la estatua policromada y vestida de Santa Águeda, tan aparentemente real como la figura de un museo de cera. Me acuerdo de sus ojos alzados al cielo en una expresión de perpetuo dolor. Me acuerdo de la bandeja que sostenía en una mano, con lo que parecían dos flanes sonrosados y ensangrentados: sus pechos, los que según la historia le cercenaron en el martirio. Me acuerdo del cristo crucificado de otra de las hornacinas. Me acuerdo de las gotitas de sangre, minuciosamente labradas y pintadas, que le recorrían todo el cuerpo. Me acuerdo de las lágrimas de sangre que caían de sus ojos, alzados al cielo en una mueca de perpetuo dolor aún más angustiante que la de Santa Águeda. Me acuerdo de los clavos, de hierro real, que atravesaban su carne aparentemente real. Me acuerdo de la pintura mural tras el altar, representando el martirio de San Juan Bautista; me acuerdo de que su cuello cortado parecía un embutido. Me acuerdo de los chorreones de sangre cayendo de la bandeja donde el verdugo estaba depositando su cabeza. Me acuerdo que no podía dejar de mirar aquella escena durante todo el oficio. Me acuerdo del peculiar olor, como a queso rancio disimulado con polvos de talco, que desprendía el sacerdote sentado en las sombras del confesionario. Me acuerdo de las motitas blancas de caspa sobre el paño negro de su sotana. Me acuerdo del aspecto de sus manos, pálidas y blanduzcas como la tripa de un pez. Me acuerdo de sus reiteradas, obsesivas preguntas, siempre sobre lo mismo: “¿te tocas?” “¿si me toco qué, padre?”. Y me acuerdo de lo brillante que parecía el sol y lo azul que parecía el cielo cuando por fin podía salir de aquella especie de museo de los horrores. De todo eso me acuerdo.

viernes, 26 de febrero de 2010

Aullido 2.1

(A la memoria de Allen Ginsberg, el último  gran enloquecido profeta/poeta beat)

Ginsberg vio los mejores cerebros de su generación destruidos por la locura, famélicos.
Mi generación no tiene cerebros que destruir. Camada terminal de gordos gatos castrados
comiendo pizza fría, corazones de niños camboyanos, pornografía y pollos torturados,
en bandejas individuales pulcramente retractiladas en plástico, cómodamente sentados
ante las pantallas de sus ordenadores, descargando vídeos de mamadas, bebés ygatos, empachados,
tan satisfechos de sus juguetes electrónicos, tan satisfechos de sí mismos, tan pagados,
mientras en el televisor, tras una cuña publicitaria, en algún lugar la guerra estalla;
a continuación pasamos a la vida sexual de los famosos.

lunes, 15 de febrero de 2010

Rodrigo Fresán

En 2002 un correo electrónico de un venezolano llamado Gustavo y residente en Nueva York me informó de que mi novela Kensington Gardens, hacía poco publicada por capítulos en la revista Badosa,  había ganado el Premio Novela de Carretera, organizado por la revista El Nuevo Cojo, que se editaba en La Gran Manzana bajo su dirección. Yo no conocía de nada al tal Gustavo, lo que no tiene nada de particular… pero es que también desconocía la existencia de la revista El Nuevo Cojo, así como la de un concurso literario llamado Premio Novela de Carretera, al que por supuesto no me había presentado.
Esto puede parecer el argumento de un relato de Rodrigo Fresán, pero es la pura verdad. Claro que al poco tiempo Gustavo (de apellido Morales, un gran tipo) pasó a ser un querido amigo, y yo pasé a ser uno de los colaboradores habituales de El Nuevo Cojo… pero esa es otra historia.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Hemingway

Hay como una moda entre una parte de la parroquia literaria española (la parte que se las da de progre*) consistente en denostar a Hemingway por “sobrevalorado” (?) “racista” (??), “narcisista” (???) pero, sobre todo —acabáramos: con la iglesia de lo políticamente correcto hemos topado, amigo Sancho— por su machismo trasnochado, defensor de actividades tan políticamente incorrectas como los toros, la caza, la guerra, el boxeo, acostarse con muchas mujeres, vaciar muchas botellas y viajar a muchos países. Es decir, juzgan a la obra por el comportamiento del autor (y sinceramente, al menos en cuanto a las mujeres, las botellas y los países: ¡yo quiero ser Hemingway!).