Por el océano de las letras norteamericanas nada, cual ballena blanca, el mito de la GNA, la Gran Novela Americana, ese artefacto para
captar literariamente el alma (americana) de una época al que innumerables Ahabs, desde
Mark Twain hasta Jonathan Franzen (y más allá) han intentado arponear con mayor
o menor éxito. Pero la literatura norteamericana no sólo dispone de esos
grandes artefactos para captar literariamente el alma (americana) de una época; sus
escritores se han mostrado también muy duchos en captarla mediante artefactos mucho más
pequeños y funcionales, no ya grandes ballenas blancas, o rojas, o azules, sino flexibles bancos de pequeños peces. Pues la norteamericana es también, o sobre
todo, una tradición literaria de narraciones breves. Mucho más que la francesa, por ejemplo, o sin duda la española, donde cuesta Dios y ayuda convencer a un editor para que te publique
un volumen de relatos; los editores españoles viven instalados en la idea fija
de que eso no vende.
martes, 28 de febrero de 2017
lunes, 6 de febrero de 2017
Un James Bond de carajillo y Farias
Etiquetas:
Literatura
Arturo Pérez-Reverte entró en el despacho, saludó a su editor y se recostó en la butaca que éste le indicó, listo para
afrontar la habitual letanía de alabanzas. El editor puso la
mano sobre un grueso ejemplar de Hombres buenos,
su última novela, un tocho histórico complejo, largo, lleno de erudición,
aventuras al estilo Dumas y referencias a su querida Real Academia de la
Lengua. Pérez-Reverte se sentía muy orgulloso de esa obra, la consideraba uno
de sus mejores trabajos.
—Una gran novela, Arturo. Muy en tu línea. Pero…
—¿Pero?
—¿No te has planteado escribir algo más ligero,
más popular?
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