Me acuerdo de los ataques de asma que siempre te asaltan de madrugada, de hecho me siguen asaltando de vez en cuando, pero ahora los vivo como un adulto racional y entonces los vivía como un niño para quien el mundo aún no ha dejado de ser mágico, y me acuerdo del terror que entonces me provocaba esa opresión sobre el pecho cada vez que intentaba respirar, como si se me hubiera sentado encima una de las criuaturas de pesadilla de Fusseli, y me acuerdo de los monstruos neblinosos de grandes ojos fosforescentes que parecían flotar a mi alrededor en la silenciosa oscuridad rebullente de fosfenos,
y me acuerdo de sentir mi cama como un tálamo mortuorio y mi manta como un axfisiante sudario, y la extraña sensación de sentirme como el último ser vivo sobre el planeta, pues los otros habitantes de la casa dormían inmóviles como cadáveres. Me acuerdo que entonces me levantaba de esa cama que me parecía un tálamo mortuorio, desembarazándome de esa manta que se me pegaba como un sudario, y me iba a sentar al salón (incorporado se respira mejor que tumbado), donde al menos podía encender una luz. Me acuerdo de los ratos que pasaba allí sentado, bajo la luz de la lámpara que disolvía y ahuyentaba a los monstruos, que atemorizados se refugiaban tras las sombras de los muebles. Me acuerdo del sosiego que me invadía al notar cómo se atenuaban poco a poco los pitos y silbidos de mi respiración. Me acuerdo de la sensación de sosiego que me proporcionaban la soledad y el silencio de la noche, y quizá fuera entonces cuando me enamoré de la soledad, pues no me acuerdo de cuándo empecé a sentirla como una compañera en vez de cómo un vacío. Pero me acuerdo de cómo me quedaba despierto hasta ver la línea roja del alba teñir de rosa los edificios al otro lado de la calle, y a mi padre que se levantaba para ir a trabajar y, aún en pijama, me descubría allí sentado y me llevaba a la cama. De todo eso me acuerdo.
y me acuerdo de sentir mi cama como un tálamo mortuorio y mi manta como un axfisiante sudario, y la extraña sensación de sentirme como el último ser vivo sobre el planeta, pues los otros habitantes de la casa dormían inmóviles como cadáveres. Me acuerdo que entonces me levantaba de esa cama que me parecía un tálamo mortuorio, desembarazándome de esa manta que se me pegaba como un sudario, y me iba a sentar al salón (incorporado se respira mejor que tumbado), donde al menos podía encender una luz. Me acuerdo de los ratos que pasaba allí sentado, bajo la luz de la lámpara que disolvía y ahuyentaba a los monstruos, que atemorizados se refugiaban tras las sombras de los muebles. Me acuerdo del sosiego que me invadía al notar cómo se atenuaban poco a poco los pitos y silbidos de mi respiración. Me acuerdo de la sensación de sosiego que me proporcionaban la soledad y el silencio de la noche, y quizá fuera entonces cuando me enamoré de la soledad, pues no me acuerdo de cuándo empecé a sentirla como una compañera en vez de cómo un vacío. Pero me acuerdo de cómo me quedaba despierto hasta ver la línea roja del alba teñir de rosa los edificios al otro lado de la calle, y a mi padre que se levantaba para ir a trabajar y, aún en pijama, me descubría allí sentado y me llevaba a la cama. De todo eso me acuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario