Hoy en la acampada de Plaza Cataluña he asistido a una conferencia sobre… epistemología. Sí, sí, epistemología: esa rama de la filosofía que también se denomina “teoría del conocimiento” y que se dedica a lo que su nombre indica. ¿Cómo? ¿Que no conocían la existencia de semejante cosa? Bueno… hasta hace poco, confieso que yo tampoco. De hecho, esta definición la he tenido que buscar en Wikipedia.
En la esquina dedicada a “Aula de estudios”, ante un nutrido, atento y variopinto público y con la fachada de El Corte Inglés de fondo, un ponente cuyo nombre no averigüé se dedicó a explicar, debo decir que con bastante brillantez y no poca amenidad, cómo se estructura nuestro corpus de conocimientos (compuesto por lo que sabemos, de una parte, y lo que no sabemos pero que sabemos que no sabemos, de otra), corpus del que queda excluido aquello que no sabemos y cuya existencia desconocemos; lo que no sabemos, y no sabemos que no lo sabemos. Así de pronto puede sonar un poco enrevesado, pero ya he dicho que el ponente era ameno, y hasta brillante, y lo entendí a la primera; yo y, creo, la mayor parte de la gente que hacía corrillo a su alrededor.
Para ilustrarlo con ejemplos: yo sé cocinar, así que el arte culinario forma parte de lo que yo sé; en cambio, no sé un carajo de física atómica, aunque sé que existe algo que se llama física atómica (y hasta tengo una muy vaga idea de para qué sirve); por tanto, la física atómica forma parte de lo que yo no sé, pero sé que no sé. En cuanto a las cosas que no sé y no sé que no sé… bueno, hasta hace poco la epistemología era una de ellas. Ahora ha pasado a formar parte de las cosas que no sé pero que sé que no sé.
¿Está claro?
La conferencia siguió a partir de ahí recorriendo varios derroteros, pero como botón de muestra me parece que ya vale. El aula de estudio es uno de los muchos talleres de actividades a los que se puede asistir durante el día. Hay otros, como el de teatro, o el de música, o la biblioteca, que últimamente parece haber crecido. Es una biblioteca pequeña pero enjundiosa, dedicada al estudio serio; no esperen encontrar en ella novelas de Carlos Ruiz Zafón, ni de Ken Follet. Ni, ay, me temo que tampoco mías.
Después me fui al cine, a ver la película de los X-Men. Permítaseme aducir, en mi descargo, que a) la fui a ver en versión original subtitulada, y b) los cómics de superhéroes (y muchas de las películas basadas en ellos) contienen muchas valiosas lecciones de filosofía y, sobre todo, de ética; muchas más de las que le pueda parecer al lego en una primera visión descuidada. “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” es, quizá una de las máximas filosóficas más brillantes formuladas en nuestro siglo. Y no es de Nietzsche, ni de Wittgenstein, ni de Ortega, ni siquiera de Popper: es del tío de Spiderman. O del guionista que le escribía los diálogos (el sin par Stan Lee).
La película estaba bien, cine de palomitas pero con sus dosis, muy al estilo Stan Lee, de especulación ético-filosófica. Pero de lo que quiero hablar aquí es de uno de los anuncios publicitarios que me tuve que tragar antes: el de una conocida bebida refrescante, producida industrialmente por una no menos conocida multinacional. En él se nos animaba con frases como “Puedes conseguir cambiar todo lo que te propongas; y nosotros te vamos a ayudar” ¿qué nos quería ayudar a cambiar la multinacional del refresco? ¿el mundo, el sistema, la injusticia social imperante, el desastre ecológico? No, claro que no. Nos quiere ayudar a cambiar… nuestro nombre en el registro civil. ¿Estás harto de llamarte Silvestre? ¿Siempre has querido llamarte Rocky, como el perro de la vecina, o como Stallone en la única película que hizo que medio vale la pena (¡Pero si Stallone triunfó llamándose Silvestre, como tú!)? Pues nada, la multinacional del refresco pone a tu disposición una gestoría para que lo consigas.
El anuncio pretendía hacer pasar tamaña estupidez como el colmo de las conquistas de la libertad y el libre albedrío. Y es que la publicidad, además de perseguirnos, irritarnos, agobiarnos y ponérnoslo todo mucho más caro de lo que sería si no hubiera publicidad o ésta fuera más comedida y ajustada a la realidad, también nos trata de gilipollas. Ya hace tiempo que renunció a la que era su única utilidad: dar a conocer las virtudes y utilidades de los productos en el mercado. La última moda es crear movimientos sociales (¿se acuerdan de El Movimiento Coca-Cola?) o a disfrazarse de uno de ellos. Pero cuando un movimiento social surge real y espontáneamente, del pueblo que es de donde debe salir, puede acabar dedicarse a cosas tan sorprendentes e interesantes como a impartir clases magistrales de teoría filosófica en plena calle. Cuando una panda de cretinos demasiado bien pagados, con un hábito de consumo de cocaína más bien alto y cierta tendencia a sobrevalorarse (suelen autoadjudicarse el pedante título de “creativos”) intentan promover un movimiento social (o, inevitablemente, una caricatura de), para fines tan espúreos como vender compresas, o calcetines, o botellas de refrescos demasiado azucarados, o hamburguesas de cartón, suelen descolgarse con chorradas como la antedicha. Es la diferencia entre lo auténtico y el sucedáneo.
Por cierto, me cuentan que la acampada de Plaza Cataluña se ha planteado dejar de tener actividad nocturna; se mantendrán los talleres y las actividades diurnas, pero por la noche, cada uno a dormir a su casa. Dicen que el día que se lleven las tiendas de campaña (hay un montón, ahora mismo) habrá fiesta a lo grande. Ya veremos.
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