La Real Academia Española es una institución algo polvorienta cuyo principal cometido es elaborar un diccionario que sería muy útil si existiera la máquina del tiempo y pudiéramos usarla para ir a comprar la edición de dentro de veinte años, porque más o menos ese es el tiempo que suele llevar de retraso respecto al estado actual del idioma; y más o menos por eso Julio Cortázar solía llamar a tal diccionario “El cementerio”, porque era donde se daba sepultura a las palabras muertas. Aunque hay que reconocer que en los últimos años la centenaria institución ha hecho un gran esfuerzo de actualización: antes el décalage del diccionario institucional podía llegar a los cuarenta años o más.
Como parte de ese esfuerzo modernizador, en el año 2000 hicieron académico a Fernando Fernán-Gómez, actor, director y guionista de cine, ese invento de 1895 que desde la década de los 30 del siglo pasado se considera como más o menos el sucesor de la gran novela decimonónica. En 2008 hicieron académico a otro cineasta, José Luis Borau, con lo que pareció que por fin la Real Academia pareció darse cuenta finalmente de que el cine era el gran arte narrativo de nuestra era. Justo cuando empezaba a dar muestras de su decadencia como tal, pero más vale tarde que nunca.
Recientemente han nombrado académico a José Luis Gómez, que además de actor (de cine y de teatro) es un notable director escénico; aunque, y esto es una novedad (y una inusitada modernez en la Real Academia), no tiene publicada ninguna obra escrita. Cosa por otra parte poco relevante en estos tiempos de textualidad audiovisual. Dicen que le han nombrado porque se hacía necesario incorporar un hombre (o mujer) del teatro a la docta casa. Si es por eso nada que objetar, pocos en España reunirían más méritos; quitando, quizá, a Albert Boadella. El profesor Arcadi Espada insinúa motivos espurios y taimadas maquinaciones políticas para haber elegido uno por el otro, pero si la elección de Boadella por los motivos antedichos hubiera sido acertada, la de Gómez, por los mismos motivos, no es desacertada. Y no hay que olvidar que al profesor Espada le gusta ejercer de martillo de herejes (sobre todo si son sospechosos de practicar la herejía socialdemócrata) y barrer para casa. Y no hay que olvidar que Boadella es amiguete, y compañero de correrías tan esperpénticas como la creación de ese partido político de película de Berlanga (¡Berlanga! Qué gran académico habría sido) que se montaron con otros amiguetes. Y no hay que olvidar, tampoco, que el profesor Arcadi Espada se halla en posesión de un ego sumamente hipertrofiado (Erase un hombre a un ego pegado,/erase un ego superlativo,/erase un ego faltón y altivo,/erase un Arcadi Espada muy barbado) y que entre sus líneas se puede leer la pelusilla que le produce a tan monumental ego el no haber sido, él mismo, siquiera propuesto para tal puesto. Por las mismas, u otras parecidas, Francisco Umbral ya había pillado, en su día, un cabreo de agárrate que vienen curvas. El profesor Espada es más sutil y se cabrea por persona interpuesta.
Sin embargo, me malicio que en realidad José Luis Gómez no entra en la Academia tanto como hombre de teatro como por volver a tener un actor (es más, un actor vinculado al cine) entre las butacas de la vetusta institución, y así no parecer tan vetusta. Tampoco tengo nada que objetar a eso: un actor, al fin y al cabo, trabaja con la palabra. Y no es malo que haya alguno en la vetusta institución, además de novelistas, dramaturgos, poetas, filólogos, historiadores, periodistas y guionistas de cine. Cubre un hueco.
Sin embargo, queda aún un hueco muy importante por cubrir en la Real Academia: aún no hay en ella ningún representante de un género literario muy importante y, como todos ellos, creador y fijador de lenguaje. Me refiero al cómic. Bueno desde 1988 forma parte de la Academia el dibujante de humor en prensa Antonio Mingote, pero un dibujante de humor en prensa es, al fin y al cabo, un periodista, y periodistas ya hacía tiempo que había. Mas tras la entrada, tarde mejor que nunca, del cine en tan docta casa, la del cómic sería la siguiente frontera a cruzar. Irónicamente, cuando el cómic empieza a mostrar signos de decadencia, o al menos cuando su etapa de mayor influencia cultural parece haber pasado ya. Pero ¿Acaso las letras españolas no le deben mucho, muchísimo, al Guerrero del Antifaz, al Capitán Trueno, a Las Hermanas Gilda, a 13 Rue del Percebe, a La Familia Ulises, y sobre todo a los dibujantes, que eran a la vez guionistas, de la Escuela Bruguera. El moderno está plagado de expresiones que se forjaron en ese yunque: parecer un invento del tebeo, tener más hambre que Carpanta, estar más loco que Carioco, ostras Pedrín,..
Por eso mi candidato ideal al sillón Z mayúscula que ocupará José Luis Gómez habría sido un guionista de cómic. Uno de los clásicos, que ya sabemos que las modernidades la Academia gusta tomarlas con prudencia y en su justa medida, no se le fueran a atragantar. Víctor Mora, guionista de El Capitán Trueno y novelista de cierta relevancia, hubiera sido un buen candidato, de no ser porque está ya demasiado mayor y con un estado de salud demasiado delicado. El siguiente mejor candidato sería, sin duda, Francisco Ibáñez, el padre de Mortadelo y Filemón (y no, esto no es en absoluto una boutade). Por ser, quizá, el autor de cómics más emblemático de la Escuela Bruguera, y por su (ingente) obra. Y porque, aunque también está muy mayor y su tiempo ha pasado ya, con su nombramiento la Academia corregiría un olvido histórico y quizá, incluso, disminuiría un poco su retraso endémico. Quizá entonces sólo haría falta adelantar la máquina del tiempo diez años para ir a comprar su diccionario. Lo que ya sería una mejora.
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