Toda ficción es, en el fondo, autobiográfica. Todo escritor de ficción habla, en el fondo, de sí mismo. En un escritor como Bukowski esto es evidente. Una vez escribió una novela llamada Mujeres, en la que un poeta cincuentón llamado Chinaski desgrana su angst existencial mientras deambula de mujer en mujer. Cualquier lector habitual de Bukowski sabe, y cualquier lector casual de Bukowski intuye, que Chinaski es una máscara literaria que se pone Bukowski para hablar de sí mismo.
En un escritor como Updike esto no es tan evidente. Aunque uno le intuye tras el personaje de Harry “Conejo” Armstrong, ese americano anglosajón de clase media, vida provinciana, rostro conejil y cierta tendencia al adulterio pequeñoburgués que protagoniza cuatro de sus mejores novelas y una novella. Justo antes de morir escribió una novela que no se llama Mujeres, aunque así haya sido rebautizada en su traducción española, sino Villages (ciudades provincianas habría sido una traducción más literal, aunque con mucho menos gancho; y casaría poco con las dos pelirrojas semidesnudas de la portada, que esas sí tienen gancho) en la que un jubilado setentón llamado Owen Mackenzie desgrana su angst existencial mientras deambula entre su primer y su segundo matrimonio, con una nutrida cuota de aventuras extramatrimoniales entre medias. Cualquier lector habitual de Updike, acostumbrado a sus sempiternas historias de pequeñoburgueses americanos blancos de provincias aficionados al deporte del adulterio (como Harry “Conejo”, sin ir más lejos) sospechará que Owen es otra máscara literaria de las muchas que Updike se ha puesto para hablar de sí mismo.
Algunos críticos le han reprochado a este testamento literario (pues sin duda lo es, y no sólo por tratarse de la última obra de su autor, sino porque resume y reasume todas sus virtudes, defectos y temas recurrentes) que sea más de lo mismo: lo mismo que ya había contado en la saga de Harry “Conejo” (Corre, Conejo, El regreso de Conejo, Conejo es rico, Conejo en paz y Conejo en el recuerdo) en Parejas, en (cierto modo en) Las brujas de Eastwick, en Cásate conmigo…De hecho, Owen es como una reformulación de Harry “Conejo”, igual de inmaduro, mezquino y ligeramente desagradable. Pero es más de lo mismo también en la prosa de una brillantez deslumbrante, el ácido y sutil sentido del humor, la habilidad narrativa y el gusto prolijo por el detalle, con frecuencia el detalle sexual, que Updike plasma con una meticulosidad y una paradójica elegancia que muchos no le han sabido ver (y le tachan de cuasipornográfico), pero que es una de las grandes virtudes de Updike como escritor (compárense los pasajes eróticos de Updike con los de Cincuenta sombras de Grey; en efecto, no hay color, y no sólo porque grey sea gris en inglés) junto con la precisión con que maneja el bisturí para diseccionar la autosatisfecha vida de la clase media WASP de provincias y su extraordinaria habilidad para plasmar un periodo histórico y sus cambios a través de la vida de un personaje anónimo. En este caso, dado que Owen es ingeniero informático, asistimos, en segundo plano tras sus sicalípticas aventuras de burguesito salido, al rápido auge de la informática, desde los primeros ordenadores de uso militar hasta el momento presente, en el que gobierna casi todos los aspectos de nuestra vida. Así que de acuerdo, es un poco más de lo mismo, pero es que lo mismo en este caso es tan bueno, que uno agradece reencontrarse con ello, sobre todo en estos aciagos tiempos en que la literatura parece secuestrada por esas mastodónticas trilogías de a quinientas páginas el volumen que, al leerlas, uno intuye que un escritor como Updike habría despachado en cien folios sin dejarse nada en el tintero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario