La fórmula: consígase un investigador como personaje fijo. Mejor que sea detective privado o, mejor aún, que sea policía. Macérese su personalidad con cuidado: que sea simpático, aunque no mucho. Que tenga alguna excentricidad que le caracterice y le haga fácilmente reconocible por el público lector. (por ejemplo, que se dedique a quemar libros de su biblioteca personal, como Pepe Carvalho; o a hablar mucho de su mujer, como el teniente Colombo; o a leer diccionarios, como Kostas Jaritos) salpimentar abundantemente con esa excentricidad, a guisa de gag recurrente, para que produzca en el lector la gratificante sensación de reconocimiento que se deriva de la repetición. Condimentar con un poco de rebeldía (eso gusta). Que no sea uno del montón, uno más del rebaño, porque sus lectores van a serlo, y como no les gusta serlo no les gusta reconocer esa característica en los personajes de ficción en los que buscan la identificación por transferencia. Todos queremos creernos únicos y originales. Por eso escogemos con tanto cuidado el color de la funda de nuestro smartphone, aunque todos usemos el mismo modelo.
Como guarnición, un elenco de secundarios pintorescos, cuanto más variado mejor. Una vez bien macerado el protagonista, enciéndase un misterio criminal a fuego lento, para que el susodicho vaya dorándose en él: que le encarguen su investigación en el primer acto, que lo investigue en el segundo y que encuentre la solución, de forma ingeniosa y sorpresiva, en el tercero. Sírvase caliente o frío, tanto da. Es un plato sin sorpresas, que gratifica a los paladares poco aventureros con sus sabores inmediatamente reconocibles. He aquí la fórmula. No falla nunca.
Petros Márkaris ha conseguido el éxito internacional cocinando la fórmula a la griega. Para ello se inventó un comisario de la policía ateniense (de nombre Kostas Jaritos) que tiene un poco del Maigret de Simenon y otro poco del Carvalho de Montalbán, le ha rodeado de un elenco de secundarios atractivos (una esposa gruñona y buena cocinera, una hija progre, un jefe tocapelotas, un amigo-confidente excomunista y algunos más que se van incorporando novela a novela), lo ha puesto a resolver cadenas de crímenes, a cadena por novela, y así ha ido armando una de las series policiales de más éxito de la literatura moderna.
Las novelas de la serie del comisario Kostas Jaritos están bien cocinadas, son tan sabrosas como suele serlo la cocina griega, resultan entretenidas y gratificantes; son fórmula, sin duda. Fórmula desarrollada con mucha habilidad y oficio, y quizá sea ése el secreto de su éxito. Pero sería muy injusto reducir su valía literaria a su condición de fórmula. Porque una lectura atenta desvela que en ellas la fórmula es, en el fondo, lo de menos; o, tan sólo, una coartada argumental, un macguffin que de consistencia a un relato en el que lo realmente importante es el retrato de los entresijos de la sociedad griega actual, un retrato dibujado mediante una prosa de trazo esencial, casi brechtiana, sin florituras ni arabescos innecesarios. El retrato es especialmente eficaz y especialmente agudo en la llamada trilogía de la crisis (Con el agua al cuello, Liquidación final, Pan, educación, libertad y la presente Hasta aquí hemos llegado, con la que la trilogía de la crisis se cierra y se convierte en tetralogía. Uno se da cuenta entonces de que el alma del plato es lo que parecía la salsa de acompañamiento.Y qué importa que Jaritos acabe poniendo a los culpables tras las rejas, si Grecia sigue siendo la misma y funcionando igual (de mal).
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