Característica esencial de toda revolución —está en la misma etimología de la palabra— es que hace que todo pase muy de prisa. De hecho, para qué sirve una revolución, si no es para meterle prisa a la Historia. Así que ayer, tras visitar Plaza de Cataluña, andaba yo —como muchos indignados, como muchos simpatizantes de los indignados— preguntándome en qué iba a quedar todo esto. “el movimiento empieza a dar señales de cierto cansancio”, escribí en el anterior post, como quien dice hace unas horas. “Los acampados se preguntan sobre el sentido de mantener la acampada, hasta cuando, y qué hacer ahora”, añadía. Bueno, pues ya está. El movimiento 15-M se transforma. Ya tiene nueva convocatoria, el 19 de junio (así que deberíamos empezar a hablar del movimiento 19-J), y un programa más concreto, que enfatiza más en la lucha contra la reforma laboral y la del sistema de pensiones, así como contra la actual ley electoral y la actual ley hipotecaria. También se ha acordado boicotear, el próximo 11 de junio, la constitución de los nuevos ayuntamientos, con concentraciones ante los mismos, en las que se coreará la consigna “no nos representan”.
Las protestas y las movilizaciones van a tener escasa eficacia inmediata, porque nos encontramos, a nueve meses vista de las elecciones generales, en una situación de interregno, en la que tanto el partido en el gobierno (PSOE), por creer que pronto va a perder sus responsabilidades de gobierno, como el partido que probablemente vaya a gobernar (PP), por escudarse en que aún no tiene esas responsabilidades, no hacen nada, aparte de echar balones fuera y esperar que el otro se coma el marrón. Pero que tanto protestas como movilizaciones no vayan a tener una eficacia inmediata no quiere decir que no la vayan a tener a medio o largo plazo. De hecho, la desmovilización sería muy contraproducente: esto se ha hecho muy grande, tanto como para mantenerse en movimiento, en parte, por su propia inercia. Pero si se para, la inercia tenderá a dificultar que se vuelva a poner en movimiento.
Los partidos políticos, habiendo renunciado a su función originaria, que era la de representar las corrientes de opinión de la ciudadanía en la administración del poder en la sociedad, se han convertido en representantes de los intereses de sus cúpulas rectoras (hace tiempo que a los dirigentes de los partidos no los eligen las bases militantes, como debería ser, sino que se eligen entre ellos, al estilo soviético; para muestra, la designación de Rubalcaba como candidato socialista. O, mirando al pasado, la elección, a dedo aznariano, de Rajoy como candidato popular) y su único fin, habiéndose convertido en profesionales de la política, es el de todo profesional: conseguir un empleo en lo suyo para ganarse la vida (los más honestos) o pegar el pelotazo (los más inteligentes).
Por ahí se llega a la actual forma que tienen de entender la política los partidos dominantes, en las que la ciudadanía ya no es la base del sistema, sino una materia prima más o menos dúctil, o peor, una excusa. El sistema de partidos políticos, tal y como está estructurado ahora, propicia un tipo de ciudadanía pasiva, a la que sólo se apela cuando se necesita su voto. Una ciudadanía compuesta por ciudadanos aislados, divididos en miedos individuales, fáciles de controlar y manipular (el miedo a la inseguridad ciudadana, o el miedo a los inmigrantes, por ejemplo) o de sobornar mediante prácticas clientelistas, o incluso corruptas; pero enajenados de prácticas colectivas que les darían una fuerza y una capacidad de acción y aún de iniciativa muy peligrosas para el statu quo de la partitocracia. La ciudadanía no debería componerse de ciudadanos aislados, porque la reflexión política debe ser colectiva; pues se forma en el diálogo y el contraste de pareceres, no aislándose cada uno en su propia burbuja, aunque el resultado final sea el acto individual de ir a votar (pero hay más muchos más actos políticos que la ciudadanía puede, e incluso debería, ejercer legítimamente en un sistema realmente democrático).
Con esos objetivos y en ese escenario, los partidos ya no tienen programa. O, si lo tienen, es volátil y cortoplacista, pues se basa en lo que indiquen las tendencias encuestas demoscópicas y se pueda resolver con unos pocos gestos a la galería, no con reformas profundas que exijan estudio, trabajo y enfrentarse a según qué poderes fácticos.
Sin embargo, las últimas encuestas demoscópicas lo que revelan es el creciente descrédito que este tipo de democracia limitada y coja, la partitocracia, inspira entre la ciudadanía: según el último informe de la empresa Metroscopia, que publica hoy el diario El País, y cito textualmente, “ Es casi unánime (90%) la demanda de que los partidos deben introducir cambios en su forma de funcionar para prestar más atención a lo que piensa la gente. La mitad de los electores (51%) afirma que los partidos representan solo sus propios intereses y únicamente el 19% cree que representan realmente los intereses de la mayoría de los ciudadanos. A eso se suma que el 64% asegura que no se siente identificado ideológicamente con algún partido y que el 70% no siente representados sus intereses por ninguna formación”.
En cuanto al movimiento 15-M (ahora ya 19-J), y según la misma encuesta, uno de cada tres españoles (el 66% de la población) manifiesta simpatía hacia el mismo; una abrumadora mayoría (el 81%) considera que los indignados tienen razón en sus reivindicaciones. Esta encuesta viene a confirmar como objetivamente cierto el carácter transversal que la protesta afirma tener (“Unos nos consideramos más progresistas, otros más conservadores. Unos creyentes, otros no. Unos tenemos ideologías bien definidas, otros nos consideramos apolíticos”, reza su manifiesto) pues las simpatías se reparten entre votantes de casi todo el espectro político. Pero es mayor en la izquierda (un 78% de los votantes socialistas se declaran simpatizantes) que en la derecha (sólo un 46% de los votantes del PP dicen simpatizar con el movimiento; con todo, es casi la mitad).
De esto podemos colegir que en las próximas elecciones generales, si bien, posiblemente, la abstención y el voto en blanco crezcan (ya crecieron en las pasadas elecciones municipales; la consigna “no nos representan” que se coreará ante los municipios de toda España el próximo 11 de junio tiene base fundamentada) la fuga de votos de los partidos de la izquierda, y muy especialmente del PSOE (que, además, sufrirá el lógico voto de castigo, dada su poco lucida actuación como gestor de la crisis), será mucho mayor que la fuga de votos que pueda sufrir la derecha, en especial el PP. Quizá haya repuntes de los partidos parlamentarios más minoritarios a derecha e izquierda, respectivamente el Partido por la Ciudadania e Izquierda Unida. En cuanto a los diversos partidos nacionalistas y regionalistas qué voy a decir, si son el epítome, más aún que los partidos “nacionales”, de camarilla repartiéndose el poder y sus prebendas. En su caso, acotando un territorio para mejor monopolizar el control de sus resortes.
Es casi seguro, entonces, que en las próximas elecciones generales haya una victoria del PP. Más o menos pírrica y más o menos hueca de verdadera representación popular; para saberlo habrá que esperar a ver los índices de abstención, añadiendo la cantidad de votos en blanco. En todo caso los partidos políticos procuran ignorar los altos índices de abstención, como procuran ignorar cualquier dato que pueda descalificarlos (ya se sabe, en los análisis tras las votaciones todos dicen haber ganado; en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color de las gafas de tu jefe de relaciones públicas, ese sumo sacerdote de la técnica del doblepensar que describía George Orwell en 1984). Pero, sin duda, la poltrona y el cayado serán suyos, con toda la responsabilidad que traen aparejados. Y entonces Mariano Rajoy, cuyo estilo de hacer política se parece mucho al estilo de torear de Don Tancredo (quedarse quieto y callado y dejar que el toro se aburra y se largue) y sus comedores de pepino tendrán que dar algún tipo de respuesta a las reivindicaciones de ese movimiento ciudadano y social que goza de tan amplio respaldo, o cuando menos, de tanta simpatía.
En principio, poco pertrechado parece un partido conservador para atender este tipo de demandas. Si los partidos de izquierda toleran la liquidación del estado del bienestar y la precarización del mercado laboral disfrazada de “flexibilización” a la chita callando, con vergüenza y disimulo, los de derecha en cambio no es que lo toleren, es que lo promueven con orgullo y convicción. Sus instintos a la hora de bregar con el tipo de reivindicaciones que plantea el movimiento 15-M, o 19-J, son los que Felip Puig, representante político de un partido conservador, Convergència Democrática de Catalunya, ideológicamente (chorraditas identitarias aparte) muy próximo al PP, ha demostrado tener no hace mucho.
Otro instinto al que tienden es a la demonización, y ya hace tiempo que su claque mediática, de forma frecuentemente bastante grosera y atrabiliaria (lean ustedes, al azar, los titulares que La Razón, ABC, La Gaceta, Libertad Digital o Intereconomía han dedicado al tema, y verán qué quiero decir) han estado tachando el movimiento de marginal, perroflautista, jipi, ultraizquierdista y antisistema.
No puede ser marginal un movimiento que despierta las simpatías de más de un 80% de la población,. Ningún movimiento ultraizquierdista puede atraer la aprobación de más de un 40% de los votantes de tendencia conservadora. En cuanto a lo de antisistema, me remito a uno de los eslóganes que la revuelta ha hecho populares: “nosotros no somos antisistema, el sistema es antinosotros”. De hecho, las reivindicaciones básicas del movimiento son: conseguir mayores niveles de democracia y afirmar el derecho a la vivienda y a un trabajo digno y dignamente remunerado, así como el derecho al “desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas” (cita textual del manifiesto).
No puede ser marginal un movimiento que despierta las simpatías de más de un 80% de la población,. Ningún movimiento ultraizquierdista puede atraer la aprobación de más de un 40% de los votantes de tendencia conservadora. En cuanto a lo de antisistema, me remito a uno de los eslóganes que la revuelta ha hecho populares: “nosotros no somos antisistema, el sistema es antinosotros”. De hecho, las reivindicaciones básicas del movimiento son: conseguir mayores niveles de democracia y afirmar el derecho a la vivienda y a un trabajo digno y dignamente remunerado, así como el derecho al “desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas” (cita textual del manifiesto).
Esas reivindicaciones están recogidas en la Constitución Española. Que me expliquen cómo se puede ser antisistema defendiendo lo mismo que defiende la Constitución.
Ese es el previsible escenario futuro. Que puede verse sometido a muchos cambios, por supuesto: como decía al principio, una característica esencial de toda revolución es que hace que todo pase muy de prisa; y para qué sirve una revolución, si no es para meterle prisa a la Historia. Y esto es una revolución. Y estamos haciendo Historia.
3 comentarios:
(Vaya por delante que me ha salido un comentario largísimo y te pido indulgencia)
Lamento disentir pero esto no es una revolución ni creo que estemos haciendo historia. Más bien creo que la historia nos va a pasar por encima. Los planteamientos del movimiento en principio pueden estar más o menos bien y ser suscribibles por una gran mayoría. Pero olvidan circunscribirse al momento y lugar en el que nos encontramos ¡Qué paradoja! Porque el movimiento ha surgido como reacción a dicho momento y dicho lugar y a las consecuencias por ellos generadas.
Estamos en pleno proceso de cambio, en una crisis sistémica, que no quiere decir, en absoluto, que el sistema se vaya a la mierda (con perdón), sino que vamos a pasar de un modo de crecimiento (el que hemos tenido hasta ahora) a otro, con el consiguiente cambio de variables.
En este cambio no llevamos, naturalmente, la batuta. La partitura la están escribiendo otros. Y a los países económicamente excéntricos (como España) les queda el papel de desafinar lo menos posible, so pena de que nos pongan a tocar el triangulo en un rincón o nos echen de la orquesta.
El año 2010 había que bajar el déficit del 12 al 9,2%. Se consiguió pero ya sabemos a costa de qué. Este año 2011 hay que bajarlo de ese 9,2 al 6%. Y todas las instancias que deciden coinciden que no va a ser posible ni de lejos tal y como van las cosas ¿Te llegas a imaginar las medidas que se van a tomar para intentar conseguirlo o quedarse lo menos lejos posible? Jodidas ¿No?
En este marco, lo que digan los indignados que se manifiesten no cuenta absolutamente para nada, porque si no se cumplen las órdenes recibidas nuestra economía sí que va a conocer verdaderos problemas. Y si se llegara a la intervención la cosa sería dramática, tanto que la gente no puede llegar a imaginárselo.
Boicotear la constitución de los nuevos ayuntamientos creo que es un gran error que puede alejar al movimiento 15M de las simpatías actuales de muchos ciudadanos. No hay que olvidar que la legitimidad democrática (aquí y en cualquier país con similar régimen) proviene de los resultados electorales y no se puede argüir el manido "no nos representan" porque todos tuvimos la oportunidad de elegir a quien considerábamos que nos representaría mejor, todos tenemos la oportunidad de presentarnos si creemos que nadie refleja nuestro credo o ideario y, en todo caso, de votar en blanco o abstenernos. Por lo que los elegidos lo son a todos los efectos nos guste o no. Además, cuando “España iba bien” no recuerdo que nadie se quejara especialmente.
Por otra parte la reforma de la Ley Hipotecaria es inviable hoy en día, porque pretender instaurar la “dación en pago” o eliminar “los suelos” tocaría y hundiría a los bancos y ese es un tema tabú. Además, en el caso de poder aplicarse, el panorama de la vivienda cambiaría muchísimo, se exigirían muchas más garantías para conceder un préstamo y se ha calculado que únicamente dando un 50% del valor. Esto nos retrotraería a épocas pasadas en las que conseguir vivienda en propiedad era solo cosa de pudientes. Amén de dar la puntilla al sector inmobiliario que, contra lo que muchos piensan, no está formado únicamente de “poceros” y chiringuitos de esquina trapicheando con pisos.
(Continua...
(...sigue)
Hay que tener presente también que los bancos no son esos señores de levita negra, sombrero de copa y puro, que nos presentan en las tiras cómicas, sino que están formados por una gran mayoría de medianos y pequeños inversores y ahorradores, directamente o a través de fondos de pensiones en los que muchos ciudadanos de este país y del resto mundo han depositado los esfuerzos de años de ahorro para garantizarse una vejez. La simplista expresión “que la crisis la paguen ellos” que tan frecuentemente se oye desde el inicio de la crisis rebela una simpleza de miras y una falta tan grande de conocimiento y análisis de la situación que da miedo.
La lucha contra la reforma laboral y de las pensiones es otro cantar, pero se está aplicando también en el resto de Europa una política similar y en el nuevo sistema que se esta construyendo no caben pasos atrás. Las consecuencias serían funestas. En último término, todo está relacionado con la forma en que España, a lo largo del tiempo, ha creado su PIB, su riqueza. Y ha sido con un tipo de mano de obra intensiva, en un modelo industrial con creación de poco valor añadido, con un gran sector muy estacional (el turismo) y otro sector con un alto contenido especulativo (el ladrillo). Pretender cambiar esto de la noche a la mañana es imposible. Ni siquiera en 10 años. Así que con la actual coyuntura económica ya me dirás.
A España le queda “atarse los machos”, un largo periodo de crecimiento nulo o apenas testimonial que no creará empleo, aunque las cifras del paro se maquillarán de una u otra forma, tanto por hastío y renuncia de los interesados como por algún artificio. Porque otra de las características del sistema que nos está llegando es la productividad, que no es producir más, sino producir mejor, con el menor coste posible y con el mayor aprovechamiento de los recursos al alcance. Y esto no crea empleo, más bien al contrario. Pero eso no se dice.
Es por todo lo anterior que creo que el movimiento de indignados está sustentado sobre una nube y que corre el grandísimo riesgo de pegarse un tortazo de los que sí hacen historia, porque salir a la calle a manifestarse es una cosa pero dar forma a un ideario, a un programa creíble, es otra muy distinta. ¿Quiere esto decir que no se puede hacer nada? En absoluto, pero hay que elegir mucho mejor las “batallas” que se quieren librar. La de la reforma electoral creo que es una de ellas. El sistema ha de ser más representativo y ha de obligar a la toma de decisiones de gran nivel (las que afectan de un modo significativo la vida de los ciudadanos) con mayores consensos, no con mayorías rodillo. La del control del gasto público es otra (España no puede tener más km de AVE que casi nadie en el mundo, aeropuertos fantasma por toda la geografía, duplicidades administrativas o embarcarse en operaciones bélicas que no se puede permitir). A ver si nos enteramos que hemos sido siempre unos “mindundis”, lo somos y nos queda aún mucho trecho de serlo.
En cualquier caso, hacen bien los indignados en convocar las manifestaciones para ya porque la semana pasada leí que, según una encuesta sobre hábitos turísticos, el 78% de los españoles se va a ir de vacaciones sí o sí. Probablemente es la misma mayoría que apoya a los indignados, pero ya se sabe que España es así.
Un abrazo.
Larguísimo el comentario, es cierto. Pero al menos en enjundioso. Suscribo muchas partes del mismo, en especial lo de que es básica una reforma electoral, y en ese sentido. Pero te hago notar que esa es, precisamente, la demanda principal de Democracia Real Ya!. Vamos, que es la piedra de toque de la protesta. Luego tan en una nube no estarán...
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