La prosa de Willy Uribe es como un uppercut: sorprendente, veloz e impactante. También es elegante como un uppercut propinado por Sugar Ray Leonard, y demoledora como un uppercut propinado por Roberto “Mano de piedra” Durán. Con esa prosa, Willy escribe novelas breves como un combate de Mike Tyson cuando Cus D’Amato aún era su entrenador, que dejan al lector más noqueado que George Foreman tras el octavo asalto con Muhammad Ali.
Para los no familiarizados con el boxeo: un uppercut es un golpe similar al crochet que se lanza de abajo arriba, e impacta en el mentón del contrincante. Sólo se puede usar en la distancia corta, y parece sencillo de ejecutar, aunque no lo es, para nada. Es un golpe difícil de encajar, hay que ser muy buen boxeador para hacerlo. Pero si lo consigues, resulta tremendamente efectivo: te clava los dientes en el paladar y te deja el cerebro rebotando dentro del cráneo. Como la literatura de Willy Uribe, que es una literatura de distancias cortas (frases cortas, capítulos cortos, novelas cortas) de factura aparentemente sencilla (aunque no lo es, para nada, como tampoco lo es la aparente sencillez del primer Hemingway o del último Cormac McCarthy) y tremendamente efectiva; su impacto deja el cerebro del lector rebotando dentro de su cráneo durante un buen rato.
Y ya basta de símiles boxísticos. A esta novela le pegan más los símiles marineros. Pero con esos no me desenvuelvo bien, porque a mí me gusta el boxeo, no la navegación. Ni soy Arturo Pérez-Reverte, ni leo a Patrick O’Brian, ni tengo yate, ni velero ni barquichuela mejillonera. Ni ganas.
A quien sí leo a veces es a Conrad, y El último Viaje del Omphalos, novela de marineros mercantes encallados en tierra hostil, me lo ha recordado; como me lo recordó, cuando la leí, la primera novela de Uribe, Nanga, conradiana historia de antihéroes huyendo de la civilización en tierras exóticas (Indonesia, en este caso), desesperanzas y desencantos. Aunque a Uribe, quizá por lo directo y algo lacónico de sus descripciones, quizá por lo afilado de sus diálogos o quizá por su tratamiento de la violencia explícita e implícita, se le suele meter en el saco de los escritores de novela negra, apenas Sé que mi padre decía puede considerarse de ese género. Las novelas de Willy Uribe son del género Willy Uribe. Y la primera y, también, esta última, se pueden considerar del género de aventuras pasado por el filtro Conrad. Si Nanga podía recordar, vagamente, a Lord Jim, El último viaje del Omphalos remite un poco a El corazón de las tinieblas, otro poco a La línea de sombra y otro poco a El negro del Narcissus.
Además de a Conrad, El último viaje… me ha recordado la novela Marinero raso, de Francisco Goldman: aquí, como allí, nos encontrarnos con unos marineros atrapados como ratas en un barco encallado en tierra hostil, abandonados a su suerte por unos armadores sin escrúpulos (¿metáfora sobre el capitalismo?). Cambia, sin embargo, la estrategia narrativa, que en Goldman es prolija y exhaustiva, propia de novela-río, y en Uribe es esquemática y esencial, tanto que casi parece una pieza de teatro de cámara con escenario casi único, y bastante claustrofóbico: ese barco encallado que se va desguazando poco a poco.
Cambia, también, la tierra hostil donde los marineros encallan, que en la novela de Goldman eran los muelles de Brooklyn y en Uribe es una pequeña isla africana perteneciente a una no especificada antigua colonia portuguesa, con lo que, además de una posible metáfora sobre el capitalismo, tenemos también una posible metáfora sobre la desigualdad norte-sur. Dentro de esta posible metáfora, el personaje del cínico oficial del puerto resulta todo un hallazgo. Otro gran hallazgo es el personaje del joven abogado, repipi y relamido, que ha venido de España para negociar la repatriación de los marineros y que pronto se verá compartiendo su misma suerte, lo que le abocará a una transformación moral y hasta física. Por desgracia, este hallazgo queda al final un poco desaprovechado. No, la novela no es redonda. Tiene pegada pero no siempre coloca bien los golpes. Pero al final gana por K.O, que, en el fondo, es lo más importante.
Y, ahora sí, basta ya de boxeo. Que la literatura no es boxeo. Si lo fuera, Willy Uribe no sería Muhammad Ali, "El más grande": sería Joe Frazier, como mínimo. Claro que Joe Frazier hizo besar la lona a Ali varias veces.
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